lunes, 27 de junio de 2011

La presencia y la gambeta realmente existente (acerca de la muerte)


                                                                                             
                                                                                              
   "El volante creativo del elenco local 
     se quedó sin ideas después de que salió el 5 rival, 
    como si necesitara de la presión de este para funcionar."
                                                                                                                                                   
                                         Periodista deportivo anónimo.


Hagamos un acto de fatiga y no citemos a nadie; hablemos de la muerte, exactamente hablemos acerca de pensar la muerte sin citar a ninguno de los miles de filósofos que han hablado del tema. Hablemos y pensemos desde nosotros (¿cuanto de lo que pensamos no es sino lo que leimos?) sin tirar Nombres de autoridades. Pensemos. ¿Qué es la muerte? es el fin de todo, la absoluta nada, la terminación de todas las posibilidades, aquella oscuridad que nos atrae inevitablemente hacia ella como un gigantezco y universal imán. Nos atrae no como manifestación de un deseo nuestro, de una finalidad objetiva a la que aspiramos con interés personal; la muerte es una presencia que se parece, poéticamente, a un motor inmóvil hacia el que vamos. Es una presencia inevitable en cada acto, que tiene la particularidad de ser la presencia de la ausencia total. La muerte es eso: ausencia total que se hace presente en los actos de la vida, en los actos de su antítesis. Todos buscamos escapar de la muerte con las diversas actividades. Buscamos separar esa presente ausencia de los enunciados que emitimos. Con el enunciado y la correspondiente ejecución del mismo, “jugar un partido de futbol”, buscamos separar el componente invisible “muerte” que acecha al final del partido, cuando en la ducha del vestuarios los efluvios de la victoria comienzan a evaporarse.  Lo mismo con “voy a a escribir una poesía”, se busca separar de dicho enunciado el ingrediente que nos da pavor; sabemos que algún día no veremos más este lápiz ni este papel, ni el objeto de la poesía, ni la cara de los rivales, ni podremos nombrar el nombre del compañero al que le estamos pasando la pelota. Eso subyace en cada acto. Lo que no percatamos es que tal vez eso que queremos separar es lo que da sentido al acto que busca como una navaja extirpar. La muerte da sentido al picado y a la poesía. Un sentido que se vuelve confuso al poder  ver-lo en su profundidad.  Ver-lo es detectarlo específicamente como encontramos el laurel en el guiso recién cocinado. Hay formas de escapar, sin embargo. Una herencia, una institución que sobrepase a sus integrantes,  un libro, un gol recordado…Los antiguos se unían en pequeñas comunidades donde el presente se confundía con el pasado y el futuro. Los ancianos eran el símbolo del pasado, presentificado , inmortal y marcando el camino, el presente era encarnado en los adultos y el futuro en los jóvenes. Todos solo erán imágenes de algo superior a ellos: la comunidad, el clan. Esa es otra forma de gambetear la muerte y la heredamos los modernos y posmodernos (secularizada) en herencias y testamentos. Que pueden ser enfocados como la presentificación del que se fue, la inmortalidad misma. Después de todo, la idea de la eternización carnal no seduce mucho: saber que los amigos se van y uno queda no es algo que seduzca, al menos desde los ojos del mortal que somos. Inclinados entonces por la menor y prosaica opción de inmortalizarse en algún gol, algún libro, alguna canción, salimos al ámbito de lo público, donde se juega el manto que da la eternidad y no el simple y personal recuerdo. 

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