(…) de modo semejante, nosotros no gobernamos a lo que está en ese ámbito por el gobierno entre nosotros, ni sabemos nada de lo divino por nuestra ciencia, y quienes están en ese ámbito, a su vez, por la misma razón, ni son nuestros señores ni saben nada de los asuntos humanos, por ser dioses.
Platon, Parmenides 135 e.
Dejó elevar el globo inflado con gas que sostenía con su manita derecha y que la atmosfera, con sus implacables reglas, intentaba arrebatarle. Una ráfaga de viento complotada con esta terminó de sustraerle la roja esfera de caucho. El niño elevó la mirada siguiendo, impotente, la trayectoria de su juguete. Lloró. A gritos en un principio, en silencio después, cuando el globo se alejaba y la impotencia mutaba en un convencimiento por la imposibilidad de recuperarlo; una toma de conciencia de lo finitos que son los brazos y la distancia en altura que un ser humano es capaz de saltar. No se rindió ante este evidente final y fue en busca de ayuda. Se acercó al Decidor, el druida de la aldea que conocía todo lo que hay que conocer. Llamó a su puerta y un hombre alto, casi desnudo salió a su encuentro. Preguntó el niño y el druida contestó, es costumbre ayudar a los niños en la aldea. Supo que ya el globo no era suyo, que pertenecía ahora a los dioses y a ellos divertiría en las tardes que en los cielos divinos no son una fracción de un día sino una cosa toda entera que desconoce divisiones y parcelas. Supo que ahora el globo era distinto, quizá ya no era rojo, no podían confirmarlo; lo que es materia de dioses, es materia de otras lógicas, de La lógica. Lo fundamental era tomar conciencia cabal de que el globo ya no sería encontrado. ¿Y si vuelo a los cielos y lo traigo aquí conmigo? Eso no es posible, niño; no hay alas para nosotros, solo las aves y los que caen tendidos por la espada se embarcan en viajes a los cielos y los segundos adquieren la cualidad de lo invisible, lo que los torna más imposibles y magníficos aún. ¿Y no es posible armar un globo grande en el que pueda entrar y llegar? No digas tonterías así niño, ve a tu casa, en la tienda regalan más de esos.
El druida lo despidió y el niño fingió irse convencido, ya tenía un plan; por la mañana construiría un globo en donde pueda caber y elevarse hasta la morada de los dioses a recuperar SU globo rojo, el único que deseaba tener.
Los pegotes de papel de diario y afiche se fueron multiplicando, y con el correr de la mañana, a eso de las diez y media, hubo una esfera de un metro y medio de alto lista en el patio de la casa. Su madre lo ayudó a entrar en la nave y cerró la puerta de cartón que el ingenioso niño improvisó momentos antes. Una vez adentro de la capsula, cerró sus ojos y esperó; la esfera de papel de diario, desafiando toda física comenzó a elevarse. La madre del niño, asustada, solo atinó a decir sus oraciones.
La esfera y el niño viajaron, pasaron por encima de la casa del druida, por los cercos de la aldea, se adentraron por sobre los bosques, subieron los picos al sur del conglomerado de arboles y finalmente llegaron a los Cielos Divinos. Allí el niño descendió del bólido y pudo ver a un dios jugando con su vieja esfera de caucho; el mismo color, nada había cambiado. Amablemente le solicitó se la devolviera y el dios aceptó. A su regreso, pasó nuevamente los picos, los bosques y descendió por fin en el patio de su casa. Su madre, serena, cocinaba ya el almuerzo. Entonces con un alfiler, el niño pinchó el globo y, aburrido, lo arrojó al cesto. Pronto lavó sus manos y se sentó a la mesa.
Octubre 2010, Recoleta.