Pero son de una petulancia...
de
un egoísmo... de una falta de tacto...
O.Girondo
A comienzos de la semana fue que empezó a hablarme. Yo iba camino al vestuario cuando sentí un
cosquilleo y después el saludo
Eu, Dani!
Pensé que me llamaba un compañero, miré alrededor y cerca no había nadie. Comprobé que la voz venía de mi rodilla derecha.
Eu, che, si acá! sí, soy yo, tu rodilla.
Con sorpresa entablé un diálogo.
Ah, hola. ¿Qué haces hablándome?
Siempre lo intenté pero vos no me escuchás, igual que a tu novia, ja.
Sentí que me invadían.
Ehhh, ¿qué querés? decilo rápido que me tengo que ir.
Nada, conversar un rato, no seas malo, conocernos.
A partir de ahí no paramos de hablar. Tenía talento para contar chistes y aparte se sabía todos los chusmeríos del equipo. La pasé bien esos días.
El viernes todo cambió.
Tengo algo para decirte
A ver
Soy hincha de San Martín de Burzaco.
¿Eh?
Si, soy hincha del Indio, viejo.
No te puedo creer, ¡hice infantiles, inferiores en el Rojo, soy hincha, naci en el barrio y viene una parte de mi cuerpo a decirme que ella es de Burzaco!
Y bueno, ya soy mayor, ahora me animo a decírtelo. Y no quieras saber de qué club es el estómago con el que hablo seguido. Igual, es lo de menos. Lo que quería decirte es que este domingo no la voy a dejar pasar. Digo, siempre me la banqué y te di una mano aún sufriendo por dentro, pero ahora estamos jodidos con el descenso.
¿Qué me estás diciendo?
Que este domingo en el clásico no cuentes conmigo.
Te mato. Así. De una.
Dejamos de hablarnos hasta el partido. No creía que mi rodilla podía traicionarme, así que entré confiado. Salí de titular. En el arranque quise parar la pelota con la pierna derecha y la rodilla hizo una pirueta, la pelota se me fue por abajo perdiéndose atrás de la línea de cal. La miré de reojo. Esta no me puede arruinar el partido, pensé. El cinco nuestro tiró una pelota al vacío, ya la estaba por controlar, caí dando tres o cuatro vueltas en el pasto. Me raspé todo. Un compañero ayudó a levantarme. Habían cobrado tiro libre, por error, claro, no podían ver que era la turra de mi rodilla la que en realidad me hacía la vida imposible.
¿Lo pateas? – preguntó el árbitro-
No, gracias.
Me iba con los defensores. El técnico gritó.
¡Daniel! ¡Patéalo vos! ¿Qué estás haciendo? ¡Anda delante de la pelota!
No me quedó otra. Me paré como para pegarle al arco, directo. Les veía la camiseta a la barrera bien de frente. Pensé en la bronca que les tengo. Empezó otra vez.
¡Qué colores!
¡Callate o te cago a trompadas!
Pero mirá que combinación, azul y blanco, no hay cosa más elegante ¡que belleza! mirá, en la barrera está
Carranza ¡Cesar! ¡Regalame la casaca!
Lo único que te digo es que termina el partido y me corto la pierna si no hacés silencio
Flaco ¿estás bien?- me dijo Carranza, desde la barrera-
Si, si, nada, hablo solo nomás.
Tomé carrera. El árbitro dio la orden. Pateé. Ni se a donde fue a parar la pelota. Creo que al lateral. Yo, obviamente, rodé en el suelo. La gente murmuraba. Quedé ahí tirado. Simulé una lesión, no podía comprometer al equipo. Me agarré la rodilla izquierda, no sea cosa de que la otra empiece a los gritos. Le hice la seña al técnico de que no podía seguir. Desde el piso volvió a hablarme.
Ah! te acobardás!
No tenés vergüenza, no podés hacerme esto.
¡A llorar a la iglesia!
Me hizo enojar en serio.
¡¡Cerraelojete!! –le dije a mi rodilla.
El tuyo -me contestó ella, no sin razón.
Me senté en el banco de suplentes. Puteaba. Los demás relevos se habían ido a entrar en calor. Le pedí al médico que me ponga hielo en la rodilla. Ni bien se alejó un poco cambié la compresión a la derecha.
¡Ayyyy! ¡Está frio che!
¡Sufrí cornuda!
¡Para! ¡No es para tanto! ¡Es un partido de futbol nomás! ¡paraaa!
Ah, ¿viste? aprendé a callarte y aflojo.
¡Me callo! ¡Me callo! ¡Te lo juro!
No te creo ni medio nena, juralo por Burzaco.
Daniel, ¿con quién hablas? –preguntó el técnico-
Con nadie Alberto, con nadie.
¿Seguro? me pareció que decías algo. ¡Parala Jorge¡ ¡parala y después jugás! ¡Rápido!
Dudé ¿y si le cuento? capaz que el también la escucha y me puede ayudar, el viejo este tiene experiencia, me conoce de toda la vida, de futbol infantil, tiene calle.
Mire Alberto, la que me habla es esta –la señalé- Hablale a Alberto che, dale.
La rodilla estaba inmutada. Alberto me miraba con los ojos abiertos al límite.
Ah, vos estás mal en serio Dani.
Pasaron unos segundos. Listo estoy en el horno, pensé.
No señor, tiene razón. Yo le hablo.
El técnico le dio definitivamente la espada a la cancha. Se acercó hasta donde yo estaba.
No lo puedo creer. ¿Vos no estarás agarrándome para la joda en medio del partido Daniel?
Señor, soy la rodilla de este gil. No es joda. A propósito, como te asustaste cuando me quedé callada danielito – se rió; yo estaba en silencio, con la pierna extendida-
Esto es un hallazgo Daniel. O nos estamos volviendo locos. Decime que me estas jodiendo- dijo Alberto, alarmado.
Andá y mirá el partido antes de mirarme a mi –le dijo ella- te están entrando por el lateral derecho, y si, también con el burro que pusiste. ¡Vamos sanma viejo nomás!
Alberto estaba paralizado. Después de unos segundos reaccionó. Pestañeó volviendo en sí.
Ah, maleducada. Viene a darme indicaciones y para colmo hincha de Burzaco –la señalaba, inclinado, moviendo el dedo de arriba abajo; de vez en cuando miraba el partido por atrás del hombro, San Martín dominaba.
Ahora no te puedo atender, después vamos a hablar vos y yo.
¿Me estás amenazando? ¿Por qué no reconoces que el cuatro es un desastre y listo? ¡Ya hace rato que tendrías que haber renunciado! ¡Ahí va, dale, dale! ¡Gol! ¡Golazo! ¡Vamos Burzaco todavía!
Daniel, ahogala, hacé algo, cortate la pierna, no sé, algo, ¡rápido! –me ordenó Alberto mientras los del Gran Buenos Aires festejaban su primer gol.
La volví a presionar con el hielo y me apliqué el vendaje. Se escucharon unos quejidos durante unos segundos. Después quedó en silencio. No sé si la asfixié o qué pero no habló más.
Pasó el partido. Perdimos. En el túnel Alberto me separó.
¿Y? ¿Se quedó callada?
Le conté el episodio de la asfixia. Me agarró de un hombro y acercó su cara.
Mirá Daniel, que esto quede entre vos y yo. Hagamos de cuenta que no pasó nada. Olvidate. Ya está. Eh ¿cuento con vos?
Si, profe, quédese tranquilo.
Y se fue. Hizo un trotecito para agruparse con los demás. Yo me rezagué un poco.
La rodilla, en el resto de los días, confirmó el silencio o al menos yo no la escuché. Lo que son las cosas; empecé a preocuparme, a dar vueltas en la cabeza: “mirá si la maté realmente. Bueno, en ese caso tendría que, al menos, hacerle un velorio digno. Mejor no, a ver si la despierto y empieza de nuevo. Pero no puedo dejarla así, no me cuesta nada unas horas de ritual como para cumplirle por todos los años que me acompañó calladita”.
El miércoles a la noche, o sea ayer, preparé todo. Hice, con cartón, un ataúd en miniatura que forré en papel afiche marrón. Quedó lindo. Me senté en el sillón del living, justo la pared de atrás tiene un crucifijo colgado que me vino diez puntos. Trabé el cajoncito en la rodilla. Eran las tres de la tarde, seis horas tenían que estar bien, tampoco era un ser humano, así que hasta las nueve me iba a quedar ahí haciéndole el velorio. Me acordé del técnico. Tendría que llamarlo. Agarré el celular.
Profe?
Quién habla, ¿Daniel?
Si, si
¿Qué hacés? ¿Qué pasó? decime
Nada profe, quería invitarlo al velorio
¿Eh? ¿Qué pasó dani? ¿Algo con la familia?
No se preocupe, no es nadie de mi
familia, están todos bien. Es por la rodilla.
¿Qué decís? ¿La rodilla?
Y, que quiere que le diga, no me
parece correcto que la deje así tirada, desde el domingo que no habla y si la
maté, tengo el deber de hacerle este pequeño homenaje, no puedo ser tan
ingrato. No sé qué opinión le merece, pero pensé que, como vivenció algunos momentos
con ella, capaz que le interesaba darse una vuelta, sin compromiso, obvio.
Pero vos estas para el manicomio
Daniel, no, en serio, vos estás mal, ya te lo dije. Mirá que me voy a ir hasta
tu casa para velar a la boluda de tu rodilla que de un día para el otro se le ocurrió
hablar y además tirarnos en contra. Ni en pedo, Daniel, ni en pedo. Y dejate de
joder con eso. Sacatelo de la cabeza.
Haceme caso. Chau.
Alberto me cortó el teléfono. Tenía sus razones. Lo
entiendo. Así que me quedé solo con mi rodilla, el crucifijo y el ataúd. Esperé
un par de horas sin hacer nada, la pierna estirada en el sillón con el ataúd
encastrado. Siete y media sonó el timbre. Acomodé el cajoncito en la mesita del
living. Me acerqué al portero.
¿Quién es?
Alberto, Dani, Alberto
Le abrí. Entramos.
Después de que me hablaste no pude dejar de pensar.
Tenés razón. ¿Hasta qué hora es la ceremonia?
Hasta las nueve.
Nos quedamos los dos en silencio un rato. Después
conversamos. Del tiempo. De la familia. Un poco de futbol. Del país. Alberto
hizo café. Se quedó hasta las nueve y media. En un momento me miró a la cara.
Le pregunté que le pasaba. Con la voz temblorosa preguntó si podía despedirse,
si no era demasiado, si me ofendía. Le dije que no había drama. Acercó su cara
a la pierna. Cerré los ojos. Sentí contacto en la zona.
Le dio un beso a la
rodilla y se fue. Lo vi compungido. Yo me levanté. Enterré el ataúd en la
maceta del balcón. Fui al baño, me pasé espadol en la rodilla. Agarré el
teléfono y pedí una pizza chica. No tenía mucha hambre. Los velorios me cierran
el estómago. A las doce ya estaba en la cama. Antes de dormirme pensé en la
finada. Debo reconocer que tenía esperanzas de que estuviese catatónica. Se ve
que no. Apagué la luz del velador.
Volvió a sonar el timbre. Prendí las
luces como pude. Por la mirilla vi a Alberto con una mujer. Miré el reloj, las
tres de la mañana. Abrí la puerta. Pasaron. La mujer pisaría los sesenta años.
El dt nos presentó.
Ella es Brunilda, él es Daniel.
Saludé un tanto confuso. La miraba
al tiempo que agachaba un poco la cabeza. Ella, al contrario, parecía segura de
sí. Observaba con movimientos rápidos de cabeza los detalles de mi casa.
Disculpá la hora Danielito –dijo el
profe- sucede que me siento culpable por lo de tu rodilla.En cierta forma soy responsable y me fui mal, que querés que te diga.
Si, lo noté –le dije bostezando con
los brazos cruzados. Atrás de Alberto la mujer ponía su mano en mi heladera y
la abría.
Qué busca ahí señora –dije salteando
la figura del hombre. Brunilda me miró, refunfuñó y cerró. Siguió caminando por
la casa pero la conversación del otro me impedieron controlarla.
Che, che, escuchame a mí querés. Te
traje a Brunilda que es una bruja. Le conté lo que pasó y me dijo que hay
chances de revivirla- dijo
Inmediatamente se me
vinieron a la cabeza algunas ideas de la relación entre el profe y la bruja.
Las deseché.
¿Qué dice? ahora el
loco es usted profe; lo de la rodilla ya está, ya fue –quise concluir- eh,
señora, venga para acá por favor.
Fui hasta mi
habitación, atrás mío Alberto. En la cama estaba Brunilda acostada, las carnes
fláccidas se derramaban sobre mis sábanas, nos miraba y se tocaba las tetas
arrugadas. Lo miré fijo al profe.
Esto es un asco Alberto. Es una vieja loca.
Rajá de acá y llevate a esta psicópata –lo tutee enojado. Desde la cama se
escuchó la voz de la señora. Nos dimos vuelta y quedamos de frente.
Vieja las pelotas –dijo
Brunilda- y en todo caso, para la
ciencia, el primer loquito acá sos vos. Así que entre bomberos no nos pisemos
la manguera –me calló.
Esto que estoy haciendo
es un ritual –prosiguió- y ustedes se tienen que unir acá conmigo desnudos si
quieren revivir al espíritu de la rodilla para pedirle perdón por lo que le
hicieron. Sinverguenza –me clavó los ojos.
Noté algo raro en la
mirada del profe hacia la bruja, como sea, el técnico no tardó diez segundos en
sacarse los zapatos y la remera. Lo agarré del hombro y lo aparté al pasillo
trastabillando y enredado en los cordones.
Es una locura ¿A quién
carajo trajiste a mi casa? Yo ya hice el velorio como Dios manda. No tengo nada
que pagarle a la rodilla de mierda esta. Se lo digo bien Alberto, llévesela y
le juro que no le cuento a nadie que usted se está volteando esa verruga con
pelos –dije.
No pibe. Bah, bueno, de
vez en cuando me hace el favorcito, nada más –aclaró- Pero te pido por favor,
dame una mano en esta, tengo una culpa que no puedo más con tu rodilla, le
quiero pedir perdón. ¿Y mirá si no podés volver a jugar con la misma soltura de
antes por haberla matado? ¿No te genera miedo eso? Por favor te pido. Hacelo
como una manera de devolverme todo lo que te enseñé en la cancha. No lo tomes
como que te paso factura pero entendeme que a esta edad ya no quiero cargar con
ninguna angustia, solo estar tranquilo, hacer la plancha hasta el final, como
vos decís, -y bajó la voz- sacarme la leche con esta mina de vez en cuando,
nada más.
Pensé unos segundos. Con
lo de las inferiores me tocó adentro.
¿Y van a pasar? Dale
Alberto que en cualquier momento amanece –dijo Brunilda desde la pieza.
Un rato mas tarde los
tres estábamos sentados desnudos en la cama. La ceremonia era deplorable.
Alberto y yo debíamos agarrarnos las manos, decir un “ommmm” y Brunilda se
refregaba lo que quedaba de sus tetas pronunciando al mismo tiempo lo que ella
decía que eran unos pases mágicos. Antes me había untado la rodilla con
manteca. Teníamos que estar así hasta que el lácteo se derrita como señal de la
presencia del espíritu. Por suerte mi posición exigía los ojos cerrados.
No pasó nada durante
unos veinte minutos. Abrí los ojos decidido a echar a esa gente de mi casa.
Serían como las cuatro de la mañana. Corté el “ommm”. Sentí que la manteca se
deslizaba, derretida, por la rodilla y caía a la sábana.
¡Fuerzas oscuras!
¡madre de todo! ¡acá está su presencia! –gritaba Brunilda. Alberto abrió los
ojos, se incorporó para agarrar los anteojos, miró de cerca la manteca derretida
y se fue corriendo en pelotas. Lo miré. No entendía nada.
Bueno ya está, vístanse
y váyanse de acá. Basta con esta payasada –dije con el short en la mano.
Mocoso de porquería
tenga usted más respeto con los espíritus y con el trabajo de una dama como yo.
Ahora tiene otra vez a su rodilla de vuelta. Me va a deber de por vida que
usted pueda seguir jugando al futbol –me retó la vieja.
Por el pasillo
escuchamos los pasos descalzos y pesados de Alberto. Venía corriendo con un
cuchillo en la mano levantada. Salté de la cama. El hombre me atacaba.
Traeme esa hija de puta
acá Daniel que la hago mierda –gritaba.
¡Pará un poco! ¡No
entiedo un carajo! ¿¡No le querías pedir perdón!? –le contesté a los gritos. Brunilda
se vestía como si nada estuviera pasando, indiferente.
Ni en pedo ¡Armé todo! La
hija de puta de tu rodillita o vos me engualicharon, no se. ¡Me echaron a la
mierda hoy a la noche por la derrota en el clásico! Cuando llegué a casa me
encontré con el telegrama. La fui a buscar a Brunilda. Tampoco supo la verdad
hasta recién. ¡Lo único que quiero es matar personalmente yo a tu articulación!
¡Dale hablá hijadeputa! –cuando terminó se me abalanzó. Lo esquivé por arriba
de la cama y quedamos enfrentados en posiciones invertidas a las anteriores.
Vida y muerte. Muerte y
vida. Todo está sobrevalorado muchachos –interrumpió Brunilda el momento tenso
–Betito querido, esa rodilla está más muerta que nunca. La manteca se derritió
por el calor natural pero no es la forma en la que el espíritu revivido
trabaja. Me equivoqué. Soltá ese cuchillo y vámonos a casa que es muy tarde
–ordenó ya cambiada con su vestido violeta y sus collares colocados.
El profe la miró y,
cosa increíble, se le fue bajando la furia inmediatamente, lo que es el amor.
Soltó el cuchillo arriba de la cama, agachó la cabeza, se tomó los ojos y
empezó a llorar. Entre las lágrimas decía “toda la vida trabajando en el club,
toda la vida”.
Brunilda escuchó y lo
retó “bueno, mal no te va a venir salir a buscar otro laburo viejo”. Lo tomó de
la mano, le acarició la cabeza y fueron hasta el comedor. Me puse las ojotas
apurado y los acompañé a la puerta. Alberto se iba con la cabeza gacha,
lagrimeando todavía. Antes de irse Brunilda giró, me guiñó el ojo y me tiró un
beso. Cerré la puerta golpeándola y puse la alarma. Sonó mi celular. Un mensaje
de texto de un número que no conozco. Abrí y leí: “Danielito, soy Brunilda.
Este favor de hoy me lo vas a pagar durante un buen tiempo si querés que no le
diga nada a Beto. Con una visita semanal y fogosa me alcanza. A veces capaz que
voy a pedirte dos visitas semanales. Te salvé la vida de ese cuchillo. Ya vas a
ver por qué. Copia mi número. Beso. Bru”. Vieja loca, pervertida, que asco;
pensé. Me fui a acostar aunque claro, no dormí.
Hoy entrenamos. Me estoy bañando.
Recién sentí una puntadita a la altura del ombligo.
¡Euu! ¡Che! ¡maestro!
El domingo que viene definimos cosas importantes con
Ituzaingo.