De Pablo nunca supimos si le gustaban las mujeres,
los hombres o que. Eso sí, tenía buen material, que cuando lo sacaba para mear,
le sobraba en la mano. Le sobraba pija, digamos. El problema es que siempre que
íbamos a los cabarets de Monte Grande nunca pasaba. Se tomaba mil quinientas
cervezas, bailaba un rato y se iba. Nosotros, al contrario, éramos unos alzados
estúpidos.
Los cuatro laburábamos en una tercerizada que
trabajaba para la Mercedez Benz y además sacábamos trabajo para una
autopartista grande de zona oeste. En el verano, después de las licencias de
enero, el almacén, donde están los insumos y los repuestos, quedaba vacío así
que los directivos de la fábrica armaban un grupo suplente con gente de cada
sector. Ese verano nos tocó a nosotros. Pablo era de chapistería. Cortaba
y doblaba chapa entre ocho y nueve horas por día. Siempre dijo ser el mejor
manejando la cizalla aunque era claro que los supervisores no se daban cuenta.
King Kong, un chaqueño enorme, una acumulación morocha de brazos, piernas y
cabeza y Víctor, eran de pintura. Yo, el música, trabajaba en ensamble.
Supuestamente éramos los menos requeridos en cada área. Por eso íbamos al
almacén. Y ahí nos conocimos. Ojo, la pasábamos bien. Como hay poco movimiento,
en esos meses el almacén se convertía en un campeonato interminable de truco.
Tampoco faltaba bebida, que ingresaba
disimulada con la ropa y los botines. En invierno es un poco mas movido,
pero los supervisores ni se acercan por el frio que hace en el galpón; así que
la pasamos dedicados al licor de chocolate y la ginebra. A veces costaba
disimular el pedo, pero sabíamos arreglarnos.
Contra la usanza tradicional de la firma, quedamos
en el almacén en condición de permanentes. La empresa no podía echarnos
no sé porque convenio, así que confinó nuestros destinos ahí adentro.
Pagaban por quincena. Es una fija que la primera del mes la reventábamos
en Monte Grande. Unos calentones. Pablo no. Se divertía, eh, y también la
reventaba. Pero en porquerías y alcohol. No es que sufría por eso. No. Se caga de
risa de todo. Tuvo una novia. Nunca supimos si se la cogía. Pero jamás nos
planteó un bajón o algo así. El escabiaba y fumaba. De todo. Con eso era
feliz.
Una tarde mas salimos del laburo con todo organizado
para reventarnos en el pelotero. Nos tocó turno mañana, de seis a dos.
Terminamos y nos bañamos. Víctor acercó la Chevy verde. Calculamos que tipo
cuatro de la tarde llegaríamos a Monte Grande. Era el horario que más nos
gustaba. Encontrábamos a las chicas bañaditas y frescas para la jornada. Había
tiempo de sobra para hacer lo que nos dé la gana.
King Kong era el que más tardaba en bañarse. Pablo,
Víctor y yo lo esperábamos afuera, cerca del puestito de seguridad cambiados y económicamente perfumados.
Salimos los cuatro a la playa de estacionamiento. La
Chevy verde cerca. Subimos al auto. Víctor manejando, Pablo en el asiento de
acompañante y King Kong y yo atrás. Prendió el auto. Cruzamos el puesto grande
de seguridad y agarramos Ruta 3 para el lado de Casanova. En el stereo sonaba
una AM. Las locutoras hablaban de una explosión en una casa de zona sur. No se
sabía que la había causado. Sospechaban de un meteorito, o algo parecido.
-Ponete un disco Pablito- le dije.
-A ver que tiene este- Pablo empezó a hurgar en la
guantera. Había un par de discos truchos. Los Redondos, Las Pelotas, La Renga;
se llegaba a leer desde atrás.
-Poné La Renga- tiró King Kong convencido.
-No, ni da, ya me tiene podrido el salame del
Chizzo; siempre lo mismo con estos locos- dije. King Kong me miró, con una
mirada que si no lo conocés te querés haber muerto ayer.
-Bueno, vamos con Los Redondos. Uy, a ver, acá hay uno
raro- Pablo sacó un disco mas- ah, mirá, Almendra, loco, ¿les cabe?-
-Y ponelo que se yo- le contesté. A King Kong y a
Víctor parecía no interesarles ya la música que elijamos.
-Poné lo que quieras chabón, pero vamos a comprar
algo para tomar- Victor confirmó.
Hicimos unos kilómetros y compramos cervezas y una
petaca de Criadores a la altura del 35. En el estéreo sonaba Almendra. Al palo.
Abrimos la cerveza. Le dábamos un trago cada uno. Víctor aceleraba la Chevy.
Pasamos Laferrere, el puente del 29, el aeródromo, Cristianía y llegamos a la
rotonda de San Justo. Ya nos habíamos bajado tres birras. Es impresionante lo
que escabia King Kong. Y ni hablar de Pablo. Empecé a armar un porro. Lo
prendí. Pité. Tosí. Se lo pasé a Pablito, el más interesado. Víctor fumaba,
manejaba y escabiaba un trago de vez en cuando. Un pulpo. Sonaba “Gabinetes
Espaciales”. Charlamos algunas boludeces a los gritos. Lo que importaba era
escabiar. Almendra nos estaba copando. King Kong, en un riff, movió la cabeza.
Todo un logro.
Como venía y en cuarta, Víctor dobló en la rotonda
para la derecha. Me quedé mirando un cartel de “Cristo la solución” que tapaba
a medias uno de “Ledesma Conducción”. Fenomenal. Di otra pitada y lo pasé. Me
dio sed. Pablito ya estaba abriendo una cerveza más. Tomó y se la pasó a
Víctor. Que increíble como hace este tipo, me pregunté. Tomaba con una mano y
con la otra pasaba un cambio dejando el volante libre unos segundos. Increíble.
Agarramos camino de cintura en dirección a la autopista. King Kong sacudía la
cabeza con el riff de “Mestizo” y le dio otra pitada al porro. Gran canción,
pensé. Pablo subió el volumen.
Cruzamos por debajo del puente. Victor seguía firme
con su estilo de manejar. Dobló otra vez como venía a la derecha y enfilamos
para Monte Grande. Mientras maniobraba un 51 de la San Vicente tuvo que frenar
y esquivarnos. El colectivero puteó. Pablo sacó una bujía vieja de la guantera y
se la tiró contra la chapa. Trabajé de mecánico en esa empresa. Son unos
ladris. Terminás engrasado de pies a cabeza, se trabaja turno americano y no te
pagan como debieran. Mientras el proyectil volaba me acordé de que un compañero
de la línea se quiso afiliar a SMATA y lo rajaron. La bujía abolló el número de
interno. La cara de cagazo del chofer fue memorable. Pablo sacó el brazo y le
hizo gestos de que lo íbamos a fajar. La chevy aceleró. Largué una carcajada.
Pablo y Victor también. King Kong seguía concentrado en la música. Tenía los
ojos rojos como dos huevos de sangre. Parecía un diablo toba.
Llegamos a “lo de Fabi”. Así se llamaba el puterío.
Victor apagó el stereo cuando empezaba “Color Humano”. El primer riff dibujado
sobre el mi menor y el do mayor se silenció de golpe. Qué lástima. Bajamos.
Subimos la escalera. Finita. Apretada por dos paredes que solo tenían el
revoque grueso y te raspaban el codo si subías distraído. Arriba nos recibió
Fabiana, la dueña. Entramos. El local estaba vacío. Pablo, enfiestado, aplaudía
descompasado una cumbia que revotaba por todos lados incentivada con las
paredes vacías de presencia humana más allá de las chicas y nosotros. Rubén, el
seguridad, llegaba alrededor de las cinco. Todavía no eran ni las cuatro. “Un
boleto tan chiquitito fue el pasaje sin regreso, tenía tanto valor, para
costarme tu amor” decía la cumbia. “Poca Plata papá!” gritó Pablo y aplaudía en
negras levantando los brazos y tirando pasos desastrosos. “Tropihits noventa y
ocho, si, si, lo tenía en cassette a este” me decía a los gritos y a solo un
metro de distancia. Se acercó a una mesita y se puso a picar. Ahí se quedó. Con
Victor saludamos a las chicas. Nos querían hacer bailar. Claudia, una morocha
tetona me pasó los brazos por encima del cuello. Sus tetas se me quedaron a
tiro de mordida. “Estoy fumando sin control, estoy tomando sin parar” cantaba
Leo Mattioli. A mí se me paró la pija. Siempre me pasaba. Ni bien entraba, ya estaba al palo. Pero me
reprimí. Quería tomar algo antes de pasar. Le dije a Claudia que hoy era su
noche. La morocha se reía. Que lindas que son. Cualquier cosa que les digas las
divierte.
Pablo terminó de armar un porro en la mesita. Nos
acercamos con Victor. King Kong ya estaba sentado. Había sacado la petaca y se
la estaba tomando solo. “Convidá che”. Obligó Victor que tenía más confianza
con el negro como para decirle cosas en ese tono imperativo. El chaqueño era manso
y obediente. Pero si no eras prudente podías terminar con suero en un hospital.
Callado, King Kong pasó la botella. Yo me compré una cerveza. En un vaso de
plástico de litro. A la piba de la barra le hice un chiste malo sobre el
parecido de mi semen y la espuma sobrante de la botella que ella corrigió con
la lengua.
La Colo puso otro disco en la máquina de música.
Cuarteto. Di una seca después de Pablo.
Me acordé de cuando en la secundaria escuchábamos Rodrigo. Que grosso este
tipo. Una vez organizamos para ir reventados a la escuela. Nos juntamos en la
casa de uno de los pibes. Compramos dos vinos blanco y los bajamos. Fuimos de
la cabeza a estudiar. Uno llevó un TDK que tenía grabado a Rodrigo. Si. De un lado
Rodrigo y del otro 2 minutos. Pusimos el cassette y en plena hora de inglés nos
pusimos a bailar. La profesora se puso loca. Nos gritaba. Golpeaba la mesa. Los
tres que estábamos borrachos no parábamos de bailar. Fue un quilombo barbaro
pero no pasó de seis amonestaciones pedorras para cada uno. No me acuerdo bien
si la profesora a partir de ahí se pidió licencia. Vieja de mierda. Estaba re
loca. Pité una vez más y tomé un poco de cerveza. La colo nos invitaba a la pista.
Menos King Kong fuimos los tres. Nos pusimos a bailar cuarteto. Un giro. Otro.
Pasitos hacia la pareja. Pasitos hacia atrás. Siempre agarrados de las minas.
Como se reía Pablito. Giraba sobre sí con los brazos abiertos. Siempre
descompasado. Le hicimos una ronda. Después la desarmamos y él se quedó igual
con los brazos extendidos como dando una abrazo al cielo. Siempre girando. “Soy
cor-do-bés me gusta el vino y la joda y lo tomo sin soda porque así pega
más…!!”. También cantaba. Desentonado. Corrido. Saltaba. Y se cagaba de risa.
Víctor bailaba con una rubia que la semana pasada era morocha. Se apretujaron
un poco. Se fueron por el pasillo en dirección a los cuartos. King Kong nos
miraba desde la mesita. Seguía tomando. Yo bailaba rozándome con Claudia.
“¿Vamos?” me dijo. Es mi preferida. Me llevó ella de la mano también al
pasillito de los cuartos. Desde la mesita King Kong llamó a la Colo. Le habló
al oído. Se levantó y se fue a la piecita que quedaba atrás de la máquina de
música. Pablito seguía bailando solo porque el resto de las chicas se
acomodaron en la barra. Por la puertita apareció Rubén. Serían las cinco de la
tarde.
Ya habíamos terminado con Claudia cuando se escuchó
un ruido fuerte en el techo. Como si hubiesen prendido una turbina y la
hubiesen apagado al toque. No le di importancia. Volvimos al bar. Ya estaba el
chaqueño. Vi a Pablito tirado en el sillón a lado de la mesita. “Poné algo de
rock, negro” le gritó a King Kong. Puso dos monedas de un peso. Y buscó en las
carpetas de rock. En un momento dejó de mirar la pantalla y nos miró a
nosotros. Se reía y afirmaba. Empezó a sonar Almendra, “Color humano”.
Continuaban los riffs. Las chicas pegaron un grito, “sacá eso che!!”. Con la
mirada del chaqueño alcanzó. “Beso mares, de algodoooonn, sin mareas, suaves
sonnn…”. Empezó a cantar el flaco por el parlante. King Kong reía mientras se
acercaba a la mesita con nosotros. Hizo señas de que nos traigan dos birras.
A los pocos segundos volví a escuchar el ruido
fuerte en el techo. No fui yo solo. Todos miraron para arriba. Rubén se levantó
de su banqueta y caminó hacia la escalerita que da a la terraza. Todo el bar lo
miraba. Revolvió en el bolsillo y sacó una llave. Abrió el candado que unido a
una cadena cerraban la puertita de chapa. Después lo perdimos de vista. La
puerta se cerró cuando terminó de pasar. Víctor
apareció con una cerveza más. Se sentó en la punta del sillón. “Como
coge esta mina loco” dijo. Lo miramos. Pero no le dimos bola. Volvimos a mirar
la puerta a ver si reaparecía Rubén.
Como el guardia no volvía, la Fabi nos pidió si podíamos
asomarnos a ver que pasaba. Se levantó el chaqueño y atrás los demás.
Forcejeamos con la puerta. Por fin, King Kong la dobló toda y pudo abrirla.
Subimos al techo. Una estructura metálica del tamaño de una camioneta, circular
y con algunas luces, se apoyaba sobre la loza. “Es un plato volador, boludo”
dijo Pablo casi asfixiado. Me toqué los ojos. Pensé en todo lo que habíamos
tomado. Estamos flasheando mal la putamadre, pensé. Pero no. Salvo que a los
tres nos pegue de la misma forma. Imposible. La estructura seguía ahí.
Silenciosa. No había ni señales de Rubén. “No toquemos nada che” dijo King
Kong. Habló. Si. La situación lo ameritaba.
Bajamos Pablo y yo. Le dijimos a Victor que cierre
la puerta del cabaret. Que no entre nadie. Y que tampoco se vayan. Ya estaba
oscureciendo. Fueron subiendo a mirar el platillo volador. Volvían con caras de
no poder creerlo. De Ruben ni noticias. Pero la nave tampoco se abría ni emitía
ningún sonido. Apagamos la música. Esperamos. Tirados en el sillón. No se que
esperábamos. Estábamos inmóviles. A mí me empezó a agarrar sueño. Se ve que a
varios también. Bostezaban. Subían. Miraban la nave. Acercaban la oreja y
golpeaban a ver si adentro contestaba alguien o algo. Volvían a bajar
frustrados. “Ya fue” dijo Pablito. “Debe ser una joda de Rubén, che. Habrá
salido por la casa que da al lado del local. Seguro vuelve. Me duermo, loco.
Traeme una birra fabi”. Se levantó y fue a la máquina de la música. Puso dos
monedas. Eligió uno de los Redondos. King Kong lo miraba serio desde el sillón.
Para mí que desconfiaba. Pero el negro era manso. Se quedó callado. Fabiana
trajo tres birras. Claudia se me sentó encima. Victor se puso a armar otro
porro. Me puse al palo otra vez. Nos fuimos con Claudia para el lado de los
cuartos. King Kong se fue también con la
Colo para la pieza de atrás de la rockola. Llevé una birra que fui tomando por
el pasillo. Pablo bailaba de nuevo con los brazos abiertos en el centro del
bar.
Se abrió la puerta que daba a la terraza. Los que
estaban en el sillón se pararon de golpe. Yo estaba en la barra tomando un
tequila. A la birra a esta altura de la noche ya no le siento el gusto. Miré
hacia donde miraban todos. Debe ser Rubén. Se aburrió de la broma, pensé. Una
luz de tonos verdosos empezó a colarse desde la puerta. Apuré el tequila. Pablo
seguía bailando. Miré a Victor. Estaba de pie. Observaban la puerta. Y las
luces. Ahí se aparecieron. Dos figuras de un metro ochenta de alto
aproximadamente. Cabezonas. Con ojos grandes y estirados. Las luces le
refulgían del cuerpo. Uno tenía a Rubén con una correa. Encadenado del cuello.
Era su rehén. Los dos llevaban una lanza cada uno. O algo parecido que en su
punta tenía dos anillos. Nos quedamos helados. Pablito dejó de bailar. Las
chicas empezaron a gritar y correr para los cuartos. Uno de los extraterrestres
levantó su lanza. Apuntó al sillón. Y disparó una ráfaga de luces. Por suerte
lo hizo mal. El sillón explotó. Victor salió volando por el aire. Cayó al
suelo. Se movía. Me asusté. Los extraterrestres avanzaron unos pasos y
volvieron a apuntar. Corrimos para el lado de la puerta de entrada con Pablo y
nos pudimos cubrir de otro disparo de luces. La barra saltó en pedazos. Se nos
venían encima. Rubén estaba todo mojado. Se vé que se meó. Ya los teníamos
adelante nuestro. Apuntaron los dos juntos. Cerré los ojos para despedirme de
todo. Le agarré el brazo a Pablo. Instintivamente busqué la presencia de un
amigo en el final. Pero el disparo no salió. Sentí un golpe seco y otro más. Al
lado mío el cuerpo de un alien desplomado. King Kong tenía agarrado al otro por
detrás. El extraterrestre despedía luces intermitentes. Parecía desesperado. El
chaqueño gritaba. “Pegale una trompada al hijo de puta este!! dale boludo!!”.
Lo cagamos a piñas con Pablo. Le sacamos la lanza y se la partimos en la zona
de las costillas. Cayó desmayado. Después el chaqueño buscó dos sillas. Volvieron
todos. Rubén quedó liberado pero con la correa colgando. Victor dijo que en el
auto había unos precintos que se llevó de la fábrica. Bajé con pablito. La
Fabiana me alcanzó la llave de la puerta. Salimos. Afuera ya era de noche.
Algunas estrellas se podían ver entre los cables de luz. Abrimos el baúl de la
Chevy. Revolví entre unas camisas de grafa viejas que oficiaban de trapos.
Encontré una bolsa de una casa de deporte con unos guantes de gomero y los
precintos. Agarré todos los que pude. Volvimos a subir. Antes cerramos la
puerta del cabaret con llave.
King Kong sujetaba a uno de los exraterrestres en la
silla mientras Victor les ponía los precintos. Muñecas y tobillos. El otro lo
sostenía Rubén y Pablo sujetaba. Una vez terminada la tarea los observamos un
momento a cierta distancia. Movían las cabezas suavemente de un lado a otro. Rendidos.
Las luces del cuerpo se les debilitaron hasta extinguirse.
-Estos hijos de puta me cagaron a trompadas y me
querían coger me parece- dijo Rubén.
-Pensamos que nos estabas haciendo una joda.
-Cuando subí vi la nave abierta, entré y uno de
estos me embocó. Después me sacaron la ropa. Y me dormí. Aparecí encadenado así
como me ven.
-Bueno che, andá y cambiate que tenés un olor a meo
bárbaro. ¿Qué van a hacer con estas cosas?- preguntó la Fabiana- acá hay que
seguir laburando, ya va a empezar a caer la gente y hay que hacer plata.
-Dame otra birra Fabi- pidió Victor- ahora
terminamos con estos bichos.
El chaqueño se acercó despacito a la cara de uno de
los extraterrestres. Pablo había armado otro porro. Se lo pasó a King Kong. Con
Víctor mirábamos desde la barra. El chaqueño le dio una seca y lo pasó. Se
refregó. Le levantó la cabeza al alien con una mano. La otra se la introdujo en
uno de los ojos. Tironeó un poco. El ojo salió completo con un manojo de algo
parecido a las venas. Después hizo lo mismo con el ojo restante. El
extraterrestre emitía sonidos extraños. Todos nos cagabamos de risa. La mano de
King Kong estaba cubierta de una especie de plasma. Se limpió un poco en el
pantalón y me pidió la cerveza. Le dio un trago largo. Iba a empezar con el
otro. Pablo lo detuvo. Le puso la mano en el pecho. “Este es mío” le dijo. Le
miré los pantalones. Pablito estaba al taco. “Ayudame negro” le ordenó a King
Kong. “Llevámelo a la pieza”. El bruto lo cargó con silla y todo y se fueron
los tres a un cuarto. Nos acercamos con Víctor para mirar. Lo sacaron de la
silla y lo ataron en cuatro patas a la cama. Como el otro, este alien emitía
sonidos débiles. Pablo peló. “Déjenme solo, loco”. Nos fuimos al bar. Pablito
se abrochó al extraterrestre.
-Listo negro, hace lo que quieras- dijo Pablo
volviendo de la habitación. Traía la cara alegre. King Kong fue y volvió con la
cabeza del bicho en la mano. La pateó. Volvimos a reírnos. Después juntamos los
cuerpos en bolsas de residuos y los sacamos a la calle. Fuimos a ver la nave a
la terraza. Entramos. No era muy grande.
Muchos botones. “Si me la dejan la vendo por partes acá en la zona” dijo Rubén.
La Fabiana no tenía drama. Nosotros tampoco. Así que bajamos otra vez al bar.
-Bueno, ponete una cumbia- me indicó la Colo.
Puse un disco de Damas Gratis. Bailamos y tomamos un
buen rato. Cuando empezó a caer la gente nos fuimos.
-¿Podés manejar Víctor?- le pregunté- teníamos un
pedo histórico.
-Si si, mamado soy Nigel Mansell. Manejo mejor
escabio.
Subimos los cuatro. Víctor arrancó el auto.
Aceleró. Prendí el estéreo.
Continuaba Almendra. “Somos seres humanos sin saber
lo que es hoy ser humaaanooo”. Cantaba el Flaco. Pablo sacó la cabeza por la
ventanilla y cantó, también, a los gritos. King Kong movía la cabeza. El ritmo
le gustaba.
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