lunes, 25 de febrero de 2013

Luces raras en el Tercer Cordón


De Pablo nunca supimos si le gustaban las mujeres, los hombres o que. Eso sí, tenía buen material, que cuando lo sacaba para mear, le sobraba en la mano. Le sobraba pija, digamos. El problema es que siempre que íbamos a los cabarets de Monte Grande nunca pasaba. Se tomaba mil quinientas cervezas, bailaba un rato y se iba. Nosotros, al contrario, éramos unos alzados estúpidos.

Los cuatro laburábamos en una tercerizada que trabajaba para la Mercedez Benz y además sacábamos trabajo para una autopartista grande de zona oeste. En el verano, después de las licencias de enero, el almacén, donde están los insumos y los repuestos, quedaba vacío así que los directivos de la fábrica armaban un grupo suplente con gente de cada sector. Ese verano nos tocó a nosotros.  Pablo era de chapistería. Cortaba y doblaba chapa entre ocho y nueve horas por día. Siempre dijo ser el mejor manejando la cizalla aunque era claro que los supervisores no se daban cuenta. King Kong, un chaqueño enorme, una acumulación morocha de brazos, piernas y cabeza y Víctor, eran de pintura. Yo, el música, trabajaba en ensamble. Supuestamente éramos los menos requeridos en cada área. Por eso íbamos al almacén. Y ahí nos conocimos. Ojo, la pasábamos bien. Como hay poco movimiento, en esos meses el almacén se convertía en un campeonato interminable de truco. Tampoco faltaba bebida, que  ingresaba disimulada con la ropa y los botines. En invierno es un poco mas movido, pero los supervisores ni se acercan por el frio que hace en el galpón; así que la pasamos dedicados al licor de chocolate y la ginebra. A veces costaba disimular el pedo, pero sabíamos arreglarnos.

Contra la usanza tradicional de la firma, quedamos  en el almacén en condición de permanentes. La empresa no podía echarnos no sé porque convenio, así que confinó nuestros destinos ahí adentro.  Pagaban por quincena. Es una fija que la primera del mes la reventábamos en Monte Grande. Unos calentones. Pablo no. Se divertía, eh, y también la reventaba. Pero en porquerías y alcohol. No es que sufría por eso. No. Se caga de risa de todo. Tuvo una novia. Nunca supimos si se la cogía. Pero jamás nos planteó un bajón o algo así. El escabiaba y fumaba. De todo. Con eso era feliz. 

Una tarde mas salimos del laburo con todo organizado para reventarnos en el pelotero. Nos tocó turno mañana, de seis a dos. Terminamos y nos bañamos. Víctor acercó la Chevy verde. Calculamos que tipo cuatro de la tarde llegaríamos a Monte Grande. Era el horario que más nos gustaba. Encontrábamos a las chicas bañaditas y frescas para la jornada. Había tiempo de sobra para hacer lo que nos dé la gana.
King Kong era el que más tardaba en bañarse. Pablo, Víctor y yo lo esperábamos afuera, cerca del puestito de seguridad  cambiados y económicamente perfumados.

Salimos los cuatro a la playa de estacionamiento. La Chevy verde cerca. Subimos al auto. Víctor manejando, Pablo en el asiento de acompañante y King Kong y yo atrás. Prendió el auto. Cruzamos el puesto grande de seguridad y agarramos Ruta 3 para el lado de Casanova. En el stereo sonaba una AM. Las locutoras hablaban de una explosión en una casa de zona sur. No se sabía que la había causado. Sospechaban de un meteorito, o algo parecido.
-Ponete un disco Pablito- le dije.
-A ver que tiene este- Pablo empezó a hurgar en la guantera. Había un par de discos truchos. Los Redondos, Las Pelotas, La Renga; se llegaba a leer desde atrás.
-Poné La Renga- tiró King Kong convencido.
-No, ni da, ya me tiene podrido el salame del Chizzo; siempre lo mismo con estos locos- dije. King Kong me miró, con una mirada que si no lo conocés te querés haber muerto ayer.
-Bueno, vamos con Los Redondos. Uy, a ver, acá hay uno raro- Pablo sacó un disco mas- ah, mirá, Almendra, loco, ¿les cabe?-
-Y ponelo que se yo- le contesté. A King Kong y a Víctor parecía no interesarles ya la música que elijamos.
-Poné lo que quieras chabón, pero vamos a comprar algo para tomar- Victor confirmó.
Hicimos unos kilómetros y compramos cervezas y una petaca de Criadores a la altura del 35. En el estéreo sonaba Almendra. Al palo. Abrimos la cerveza. Le dábamos un trago cada uno. Víctor aceleraba la Chevy. Pasamos Laferrere, el puente del 29, el aeródromo, Cristianía y llegamos a la rotonda de San Justo. Ya nos habíamos bajado tres birras. Es impresionante lo que escabia King Kong. Y ni hablar de Pablo. Empecé a armar un porro. Lo prendí. Pité. Tosí. Se lo pasé a Pablito, el más interesado. Víctor fumaba, manejaba y escabiaba un trago de vez en cuando. Un pulpo. Sonaba “Gabinetes Espaciales”. Charlamos algunas boludeces a los gritos. Lo que importaba era escabiar. Almendra nos estaba copando. King Kong, en un riff, movió la cabeza. Todo un logro.

Como venía y en cuarta, Víctor dobló en la rotonda para la derecha. Me quedé mirando un cartel de “Cristo la solución” que tapaba a medias uno de “Ledesma Conducción”. Fenomenal. Di otra pitada y lo pasé. Me dio sed. Pablito ya estaba abriendo una cerveza más. Tomó y se la pasó a Víctor. Que increíble como hace este tipo, me pregunté. Tomaba con una mano y con la otra pasaba un cambio dejando el volante libre unos segundos. Increíble. Agarramos camino de cintura en dirección a la autopista. King Kong sacudía la cabeza con el riff de “Mestizo” y le dio otra pitada al porro. Gran canción, pensé. Pablo subió el volumen.

Cruzamos por debajo del puente. Victor seguía firme con su estilo de manejar. Dobló otra vez como venía a la derecha y enfilamos para Monte Grande. Mientras maniobraba un 51 de la San Vicente tuvo que frenar y esquivarnos. El colectivero puteó. Pablo sacó una bujía vieja de la guantera y se la tiró contra la chapa. Trabajé de mecánico en esa empresa. Son unos ladris. Terminás engrasado de pies a cabeza, se trabaja turno americano y no te pagan como debieran. Mientras el proyectil volaba me acordé de que un compañero de la línea se quiso afiliar a SMATA y lo rajaron. La bujía abolló el número de interno. La cara de cagazo del chofer fue memorable. Pablo sacó el brazo y le hizo gestos de que lo íbamos a fajar. La chevy aceleró. Largué una carcajada. Pablo y Victor también. King Kong seguía concentrado en la música. Tenía los ojos rojos como dos huevos de sangre. Parecía un diablo toba.

Llegamos a “lo de Fabi”. Así se llamaba el puterío. Victor apagó el stereo cuando empezaba “Color Humano”. El primer riff dibujado sobre el mi menor y el do mayor se silenció de golpe. Qué lástima. Bajamos. Subimos la escalera. Finita. Apretada por dos paredes que solo tenían el revoque grueso y te raspaban el codo si subías distraído. Arriba nos recibió Fabiana, la dueña. Entramos. El local estaba vacío. Pablo, enfiestado, aplaudía descompasado una cumbia que revotaba por todos lados incentivada con las paredes vacías de presencia humana más allá de las chicas y nosotros. Rubén, el seguridad, llegaba alrededor de las cinco. Todavía no eran ni las cuatro. “Un boleto tan chiquitito fue el pasaje sin regreso, tenía tanto valor, para costarme tu amor” decía la cumbia. “Poca Plata papá!” gritó Pablo y aplaudía en negras levantando los brazos y tirando pasos desastrosos. “Tropihits noventa y ocho, si, si, lo tenía en cassette a este” me decía a los gritos y a solo un metro de distancia. Se acercó a una mesita y se puso a picar. Ahí se quedó. Con Victor saludamos a las chicas. Nos querían hacer bailar. Claudia, una morocha tetona me pasó los brazos por encima del cuello. Sus tetas se me quedaron a tiro de mordida. “Estoy fumando sin control, estoy tomando sin parar” cantaba Leo Mattioli. A mí se me paró la pija. Siempre me pasaba.  Ni bien entraba, ya estaba al palo. Pero me reprimí. Quería tomar algo antes de pasar. Le dije a Claudia que hoy era su noche. La morocha se reía. Que lindas que son. Cualquier cosa que les digas las divierte.

Pablo terminó de armar un porro en la mesita. Nos acercamos con Victor. King Kong ya estaba sentado. Había sacado la petaca y se la estaba tomando solo. “Convidá che”. Obligó Victor que tenía más confianza con el negro como para decirle cosas en ese tono imperativo. El chaqueño era manso y obediente. Pero si no eras prudente podías terminar con suero en un hospital. Callado, King Kong pasó la botella. Yo me compré una cerveza. En un vaso de plástico de litro. A la piba de la barra le hice un chiste malo sobre el parecido de mi semen y la espuma sobrante de la botella que ella corrigió con la lengua.

La Colo puso otro disco en la máquina de música. Cuarteto.  Di una seca después de Pablo. Me acordé de cuando en la secundaria escuchábamos Rodrigo. Que grosso este tipo. Una vez organizamos para ir reventados a la escuela. Nos juntamos en la casa de uno de los pibes. Compramos dos vinos blanco y los bajamos. Fuimos de la cabeza a estudiar. Uno llevó un TDK que tenía grabado a Rodrigo. Si. De un lado Rodrigo y del otro 2 minutos. Pusimos el cassette y en plena hora de inglés nos pusimos a bailar. La profesora se puso loca. Nos gritaba. Golpeaba la mesa. Los tres que estábamos borrachos no parábamos de bailar. Fue un quilombo barbaro pero no pasó de seis amonestaciones pedorras para cada uno. No me acuerdo bien si la profesora a partir de ahí se pidió licencia. Vieja de mierda. Estaba re loca. Pité una vez más y tomé un poco de cerveza. La colo nos invitaba a la pista. Menos King Kong fuimos los tres. Nos pusimos a bailar cuarteto. Un giro. Otro. Pasitos hacia la pareja. Pasitos hacia atrás. Siempre agarrados de las minas. Como se reía Pablito. Giraba sobre sí con los brazos abiertos. Siempre descompasado. Le hicimos una ronda. Después la desarmamos y él se quedó igual con los brazos extendidos como dando una abrazo al cielo. Siempre girando. “Soy cor-do-bés me gusta el vino y la joda y lo tomo sin soda porque así pega más…!!”. También cantaba. Desentonado. Corrido. Saltaba. Y se cagaba de risa. Víctor bailaba con una rubia que la semana pasada era morocha. Se apretujaron un poco. Se fueron por el pasillo en dirección a los cuartos. King Kong nos miraba desde la mesita. Seguía tomando. Yo bailaba rozándome con Claudia. “¿Vamos?” me dijo. Es mi preferida. Me llevó ella de la mano también al pasillito de los cuartos. Desde la mesita King Kong llamó a la Colo. Le habló al oído. Se levantó y se fue a la piecita que quedaba atrás de la máquina de música. Pablito seguía bailando solo porque el resto de las chicas se acomodaron en la barra. Por la puertita apareció Rubén. Serían las cinco de la tarde.

Ya habíamos terminado con Claudia cuando se escuchó un ruido fuerte en el techo. Como si hubiesen prendido una turbina y la hubiesen apagado al toque. No le di importancia. Volvimos al bar. Ya estaba el chaqueño. Vi a Pablito tirado en el sillón a lado de la mesita. “Poné algo de rock, negro” le gritó a King Kong. Puso dos monedas de un peso. Y buscó en las carpetas de rock. En un momento dejó de mirar la pantalla y nos miró a nosotros. Se reía y afirmaba. Empezó a sonar Almendra, “Color humano”. Continuaban los riffs. Las chicas pegaron un grito, “sacá eso che!!”. Con la mirada del chaqueño alcanzó. “Beso mares, de algodoooonn, sin mareas, suaves sonnn…”. Empezó a cantar el flaco por el parlante. King Kong reía mientras se acercaba a la mesita con nosotros. Hizo señas de que nos traigan dos birras.

A los pocos segundos volví a escuchar el ruido fuerte en el techo. No fui yo solo. Todos miraron para arriba. Rubén se levantó de su banqueta y caminó hacia la escalerita que da a la terraza. Todo el bar lo miraba. Revolvió en el bolsillo y sacó una llave. Abrió el candado que unido a una cadena cerraban la puertita de chapa. Después lo perdimos de vista. La puerta se cerró cuando terminó de pasar. Víctor  apareció con una cerveza más. Se sentó en la punta del sillón. “Como coge esta mina loco” dijo. Lo miramos. Pero no le dimos bola. Volvimos a mirar la puerta a ver si reaparecía Rubén.

Como el guardia no volvía, la Fabi nos pidió si podíamos asomarnos a ver que pasaba. Se levantó el chaqueño y atrás los demás. Forcejeamos con la puerta. Por fin, King Kong la dobló toda y pudo abrirla. Subimos al techo. Una estructura metálica del tamaño de una camioneta, circular y con algunas luces, se apoyaba sobre la loza. “Es un plato volador, boludo” dijo Pablo casi asfixiado. Me toqué los ojos. Pensé en todo lo que habíamos tomado. Estamos flasheando mal la putamadre, pensé. Pero no. Salvo que a los tres nos pegue de la misma forma. Imposible. La estructura seguía ahí. Silenciosa. No había ni señales de Rubén. “No toquemos nada che” dijo King Kong. Habló. Si. La situación lo ameritaba.

Bajamos Pablo y yo. Le dijimos a Victor que cierre la puerta del cabaret. Que no entre nadie. Y que tampoco se vayan. Ya estaba oscureciendo. Fueron subiendo a mirar el platillo volador. Volvían con caras de no poder creerlo. De Ruben ni noticias. Pero la nave tampoco se abría ni emitía ningún sonido. Apagamos la música. Esperamos. Tirados en el sillón. No se que esperábamos. Estábamos inmóviles. A mí me empezó a agarrar sueño. Se ve que a varios también. Bostezaban. Subían. Miraban la nave. Acercaban la oreja y golpeaban a ver si adentro contestaba alguien o algo. Volvían a bajar frustrados. “Ya fue” dijo Pablito. “Debe ser una joda de Rubén, che. Habrá salido por la casa que da al lado del local. Seguro vuelve. Me duermo, loco. Traeme una birra fabi”. Se levantó y fue a la máquina de la música. Puso dos monedas. Eligió uno de los Redondos. King Kong lo miraba serio desde el sillón. Para mí que desconfiaba. Pero el negro era manso. Se quedó callado. Fabiana trajo tres birras. Claudia se me sentó encima. Victor se puso a armar otro porro. Me puse al palo otra vez. Nos fuimos con Claudia para el lado de los cuartos.  King Kong se fue también con la Colo para la pieza de atrás de la rockola. Llevé una birra que fui tomando por el pasillo. Pablo bailaba de nuevo con los brazos abiertos en el centro del bar.

Se abrió la puerta que daba a la terraza. Los que estaban en el sillón se pararon de golpe. Yo estaba en la barra tomando un tequila. A la birra a esta altura de la noche ya no le siento el gusto. Miré hacia donde miraban todos. Debe ser Rubén. Se aburrió de la broma, pensé. Una luz de tonos verdosos empezó a colarse desde la puerta. Apuré el tequila. Pablo seguía bailando. Miré a Victor. Estaba de pie. Observaban la puerta. Y las luces. Ahí se aparecieron. Dos figuras de un metro ochenta de alto aproximadamente. Cabezonas. Con ojos grandes y estirados. Las luces le refulgían del cuerpo. Uno tenía a Rubén con una correa. Encadenado del cuello. Era su rehén. Los dos llevaban una lanza cada uno. O algo parecido que en su punta tenía dos anillos. Nos quedamos helados. Pablito dejó de bailar. Las chicas empezaron a gritar y correr para los cuartos. Uno de los extraterrestres levantó su lanza. Apuntó al sillón. Y disparó una ráfaga de luces. Por suerte lo hizo mal. El sillón explotó. Victor salió volando por el aire. Cayó al suelo. Se movía. Me asusté. Los extraterrestres avanzaron unos pasos y volvieron a apuntar. Corrimos para el lado de la puerta de entrada con Pablo y nos pudimos cubrir de otro disparo de luces. La barra saltó en pedazos. Se nos venían encima. Rubén estaba todo mojado. Se vé que se meó. Ya los teníamos adelante nuestro. Apuntaron los dos juntos. Cerré los ojos para despedirme de todo. Le agarré el brazo a Pablo. Instintivamente busqué la presencia de un amigo en el final. Pero el disparo no salió. Sentí un golpe seco y otro más. Al lado mío el cuerpo de un alien desplomado. King Kong tenía agarrado al otro por detrás. El extraterrestre despedía luces intermitentes. Parecía desesperado. El chaqueño gritaba. “Pegale una trompada al hijo de puta este!! dale boludo!!”. Lo cagamos a piñas con Pablo. Le sacamos la lanza y se la partimos en la zona de las costillas. Cayó desmayado. Después el chaqueño buscó dos sillas. Volvieron todos. Rubén quedó liberado pero con la correa colgando. Victor dijo que en el auto había unos precintos que se llevó de la fábrica. Bajé con pablito. La Fabiana me alcanzó la llave de la puerta. Salimos. Afuera ya era de noche. Algunas estrellas se podían ver entre los cables de luz. Abrimos el baúl de la Chevy. Revolví entre unas camisas de grafa viejas que oficiaban de trapos. Encontré una bolsa de una casa de deporte con unos guantes de gomero y los precintos. Agarré todos los que pude. Volvimos a subir. Antes cerramos la puerta del cabaret con llave.

King Kong sujetaba a uno de los exraterrestres en la silla mientras Victor les ponía los precintos. Muñecas y tobillos. El otro lo sostenía Rubén y Pablo sujetaba. Una vez terminada la tarea los observamos un momento a cierta distancia. Movían las cabezas suavemente de un lado a otro. Rendidos. Las luces del cuerpo se les debilitaron hasta extinguirse.

-Estos hijos de puta me cagaron a trompadas y me querían coger me parece- dijo Rubén.
-Pensamos que nos estabas haciendo una joda.
-Cuando subí vi la nave abierta, entré y uno de estos me embocó. Después me sacaron la ropa. Y me dormí. Aparecí encadenado así como me ven.
-Bueno che, andá y cambiate que tenés un olor a meo bárbaro. ¿Qué van a hacer con estas cosas?- preguntó la Fabiana- acá hay que seguir laburando, ya va a empezar a caer la gente y hay que hacer plata.
-Dame otra birra Fabi- pidió Victor- ahora terminamos con estos bichos.

El chaqueño se acercó despacito a la cara de uno de los extraterrestres. Pablo había armado otro porro. Se lo pasó a King Kong. Con Víctor mirábamos desde la barra. El chaqueño le dio una seca y lo pasó. Se refregó. Le levantó la cabeza al alien con una mano. La otra se la introdujo en uno de los ojos. Tironeó un poco. El ojo salió completo con un manojo de algo parecido a las venas. Después hizo lo mismo con el ojo restante. El extraterrestre emitía sonidos extraños. Todos nos cagabamos de risa. La mano de King Kong estaba cubierta de una especie de plasma. Se limpió un poco en el pantalón y me pidió la cerveza. Le dio un trago largo. Iba a empezar con el otro. Pablo lo detuvo. Le puso la mano en el pecho. “Este es mío” le dijo. Le miré los pantalones. Pablito estaba al taco. “Ayudame negro” le ordenó a King Kong. “Llevámelo a la pieza”. El bruto lo cargó con silla y todo y se fueron los tres a un cuarto. Nos acercamos con Víctor para mirar. Lo sacaron de la silla y lo ataron en cuatro patas a la cama. Como el otro, este alien emitía sonidos débiles. Pablo peló. “Déjenme solo, loco”. Nos fuimos al bar. Pablito se abrochó al extraterrestre.

-Listo negro, hace lo que quieras- dijo Pablo volviendo de la habitación. Traía la cara alegre. King Kong fue y volvió con la cabeza del bicho en la mano. La pateó. Volvimos a reírnos. Después juntamos los cuerpos en bolsas de residuos y los sacamos a la calle. Fuimos a ver la nave a la terraza.  Entramos. No era muy grande. Muchos botones. “Si me la dejan la vendo por partes acá en la zona” dijo Rubén. La Fabiana no tenía drama. Nosotros tampoco. Así que bajamos otra vez al bar.
-Bueno, ponete una cumbia- me indicó la Colo.
Puse un disco de Damas Gratis. Bailamos y tomamos un buen rato. Cuando empezó a caer la gente nos fuimos.
-¿Podés manejar Víctor?- le pregunté- teníamos un pedo histórico.
-Si si, mamado soy Nigel Mansell. Manejo mejor escabio.
Subimos los cuatro. Víctor arrancó el auto. Aceleró.  Prendí el estéreo.
Continuaba Almendra. “Somos seres humanos sin saber lo que es hoy ser humaaanooo”. Cantaba el Flaco. Pablo sacó la cabeza por la ventanilla y cantó, también, a los gritos. King Kong movía la cabeza. El ritmo le gustaba.

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