El aire faltaba en el Falcon Futura más por la presencia de
la tierra entrante del camino que por
una ausencia física del oxígeno. Mi viejo manejaba y fumaba. Mi vieja al lado
cebaba imprecisos mates. Nosotros tres atrás hinchados las pelotas pero obedientes.
Si llegábamos a pelear mucho en el auto mi viejo frenaba, pegaba dos o tres
gritos y nosotros quedábamos calmados. Era lo mejor. Si estaba sola mi vieja
nos curtía a palos. Al menos a los dos varones; Marisa se llevaba una lavada de
cara forzosa. Otros tiempos. Tiempos de poca mariconeada. Donde no existía la
autoyuda. Ni los veganos. Y se podía fumar adentro del auto con los chicos en
el asiento de atrás.
El humo, la tierra, los mates. El calor. Un dejo salino se
percibía, sin embargo, entre tanta intención de masacote de tosca y arena
molida. La cercanía del mar. En cambio las liebres asesinadas con el chasis del
auto señalaban otra cosa: la distancia con las ciudades más urbanas. Cuando mi
hermana Marisa preguntaba por el golpe mi viejo contestaba que eran piedras.
Enrique y yo llevábamos la contabilidad comparando los decesos de cada viaje.
El balneario La Baliza queda a unos treinta y cinco
kilómetros de Carmen de Patagones, último pueblo al sur de la Provincia de
Buenos Aires. Era sábado. Salimos a las nueve de la mañana. La idea de los
viejos era pasar todo el día en la playa. Calculaban que tipo diez estarían
ella tomando sol y el pescando caña en mano. Padres jóvenes. Con treinta y
cuatro cada uno y tres pibes de entre ocho y cinco años. Mi vieja puso Doble Vida de Soda Stereo.
Vadeamos un par de médanos y estacionamos el auto en lo que
sería el final del camino. Ahora no se cómo está todo pero en ese momento el
balneario era el desierto con mar. El hombre de la casa dio la orden de bajar
las cosas. Las cañas y las sillas Enrique y yo. Mamá bajaba la canasta con la
comida. Marisa nada. La carpa y la sombrilla, peligrosa por su lanza, y la
valija de pesca eran bultos para mi viejo que en un segundo viaje cargaría con
la conservadora repleta de Mocoretá y dos Palermo.
Los cálculos les fallaron por minutos. Diez y veinte la
primera caña de la familia era clavada en un haragan repintado color verde. Me
la dio a mi para vigilarla mientras armaba la de Enrique, el más chico. No era
necesario comprar mucha carnada. Solo algunas anchoas congeladas traidas desde
casa. El resto lo entregaba la virginidad de la playa. Bastaba meter la mano en
la arena mojada después que la ola se retire y buscar algunas almejas que
inmediatamente eran sacrificadas sobre los anzuelos ofreciendo así el alimento
preferido de los habitantes del Mar Argentino.
En la carpa las mujeres tomaban sol y preparaban mate. Mi
vieja se pasó antes el Rayito de Sol. A Marisa no le puso nada pero no le sacó
la remera por las dudas. Después si, azúcar en el recipiente de calabaza, un
poco de yerba, agua caliente del termo para remojar, dejar asentar, clavar la
bombilla que descansaba en la azucarera, colocar agua, tomar, escupir el
primero y comenzar la ronda. Todo eso hizo. Y llamó. Con un silbido hacia
adentro que en su agudeza lograba cortar el viento y el ruido de las olas mas
efectivamente que un grito. Giré. Levantó el mate de calabaza. Avisé a mi
viejo, al lado mío, que fumaba y terminaba de armar la caña blanca de Enrique.
Miró a su mujer y con un movimiento de mano en el aire logró que entienda que
ahora iba. Se internó unos quince metros en el mar, hasta las rodillas. Descorrió
el freno del reel Escualo. Desplegó la línea madre sobre su espalda arrastrando
al avanzar la plomada en el agua. Miró hacia atrás una vez más. Va plomo. Tiró
hacia adelante con fuerza. La línea anduvo en el aire unos segundos y se perdió
detrás de unas olas que nacían. El sueño de alcanzar la segunda canaleta, donde
están los más grandes, parecía realizable.
Vino caminando con la caña en la derecha de frente a sus dos
hijos varones. Le indicó a Enrique que clavara el haragán en la arena y puso la
caña en él. Le tocó los pelos felicitándolo. Bien, dijo y nos explicó a los dos
que tuviéramos la tanza y que si sentíamos un tirón sacudiésemos hacia atrás o
lo llamemos, que ahora venía. Se limpió las manos en un trapo que colgó de su
cintura y fue a donde mi vieja lo esperaba.
Ahí estaban las tres cañas firmes apuntando en dirección al
centro del agua. No pasó mucho tiempo del primer pique. La caña de mi hermano
se sacudió hacia adelante dos veces. Enrique asustado la levantó y con fuerza
de cinco años tiró hacia atrás. Rápido llegó
el viejo a auxiliarlo. Nos estuvo mirando mientras tomaba mates y vio toda la secuencia.
Controló la tanza. Sintió los toques. Volvió a clavar hacia atrás y comenzó a
recoger. Lo tengo, nos dijo. Volvió a felicitar a mi hermano que corría
alrededor suyo emocionado. Avanzó otra vez hacia el mar. Algunos metros. El agua
le golpeaba, mínima, los tobillos. La pescadilla llegó boqueando. Mediana.
Bien. Le retiró el anzuelo con una pinza de un mango amarillo fuerte. Levantó
el pescado en el aire mostrándoselo a las mujeres que respondieron con gestos
de pulgar en alto y lo colocó en un balde con agua de mar. El pescado moriría
lentamente con la cabeza hacia abajo. Mi hermana se acercó para ver el escamoso
animal. La guíamos al balde y señalamos la cola que daba espasmos cada tanto.
La presencia de agua en el recipiente la alegró. Se fue contenta hacia la
sombrilla.
El Mar Argentino, al sur, proveía en ese momento peces en abundancia. Fue así hasta que el peronismo íslámico de los noventa permitió el ingreso de barcos con redes de arrastre que destruyeron a su paso las huevas y la posibilidad de la reproducción continua. Paradoja: mis viejos votaron a Menem. Las dos veces. Y ahí estábamos disfrutando de una salida de mar y pesca solo posible sin la hiperinflación del radicalismo. Como sea, no exagero. Sacamos de todo: pescadillas, corvinas, chuchos y hasta congrios. Los peces se clavaban solos. Por la continua práctica esa tarde aprendimos Enrique y yo a recoger y traer los bichos a la costa. El balde no dio abasto. Los pescados se apretujaban uno contra otro y los espasmos continuos tiraron el recipiente. Hubo que sacrificar para dejar lugar. Mi viejo y un cuchillo se encargaron de eso.
Fue en su caña que sucedió el pique extraño. Ya el sol
se iba. Mi vieja jugaba a la paleta con Marisa. Aburridos de tanto sacar, el
viejo tomaba un mate y los dos varones jugábamos con unos autitos de goma
Piluki. El más chico vio como se
arrastraba la caña gris con bordó y con un grito la señaló. Allá fue mi viejo
corriendo y atrás nosotros. Estuvo peleando unos veinte minutos cuando apareció
la enorme pescadilla. Ochenta centímetros. Un tamaño nunca visto en esos
animales. Un monstruo. Golpeaba con fuerza con la mitad trasera del cuerpo
sobre la arena mojada y el agua de la orilla salpicaba los brazos de su pescador
en el combate por sacarle el anzuelo. Sosténganla, dijo. Fuimos con Enrique y
la tomamos del lomo. Hicimos presión. Quitó el garfio y la pateó para sacarla
definitivamente del agua. Cuando giraba en la arena escuchamos el insulto.
Laputaqueteparió, dijo la pescadilla en perfecto castellano.
Nos quedamos absortos. Habló, dijo Enrique. Habló, pa,
habló!! Repetía. Yo me sumé al coro del más chico. Mi hermana se acercó a ver
la magnitud del bicho dejando a su madre en la sombrilla juntando las paletas.
Se quedó mirando con los ojos abiertos al máximo de su capacidad.
Papá nos ordenó no acercarnos mucho. No importó. Hicimos un círculo alrededor del bicho que sacudió los ojos, escupió agua y empezó el discurso que nunca olvidé. Con voz ronca, como la de los hombres que no frenan en su adicción a la bebida blanca:
Qué carajo están mirando ustedes pendejos de mierda. Y vos
boludo. Devolveme al agua, dale. A cambio puedo decirte algunas cosas que te
van a venir bien. Te cuento si querés. El próximo técnico de la selección va a
ser Basile. Vamos a ganar las dos Copas Américas que vienen. Y esa va a ser
nuestra maldición futbolística por décadas. Porque a Basile le va ir bien casi
siempre. Y se va a ganar fama de vago. Aunque no se sabe exactamente si lo es.
La cosa es que un ejército de pelotudos va a defender esa forma de hacer sin
hacer durante mucho tiempo. Van a presenciar los desastres futbolísticos más
grandes de la Argentina a nivel selecciones. Todo hasta que aparezca un pibe,
no de Buenos Aires, medio europeo que se va a poner la celeste y blanca y va a
terminar la racha negativa. Pero para entonces va a pasar mucha agua. La
desgracia de Maradona por ejemplo. Eso lo que tiene que ver con el futbol. Con
la política te digo, el que gobierna ahora va a ser maldecido mucho tiempo.
Después va a venir un presidente medio tuerto querido y polémico. Va a renegar
del que está ahora y que él apoya. Será su rival. Después el que está ahora va
a tener su resarcimiento. Pero eso todavía más adelante. En cuanto a la ciencia.
Vas a tener computadoras en todas partes de tu casa. Hasta en tu mano vas a
llevar una computadora muy chiquita que se podrá llevar a todos lados, incluso
al baño. Bueno, no se que más. Respecto de tu vida y la de tu familia, van a
estar bien. Te puedo decir más si querés, es mi propuesta si me devolvés al
agua. Algunos números de la Nacional y el Prode de la fecha que viene te puedo
decir. También puedo laburar adentro con mis compañeras para cambiar el futuro.
Podemos alterar algunas cosas. El futbol y con esfuerzo cosas mínimas de
política. Del resto no podemos hacer nada. Pero demasiado che. Qué más querés. Con
toda esta info te podés llenar de guita y está en tus manos que el ispa siga
ganando mundiales como viene hasta ahora y que ponele no haya crisis tan
profunda, que la va a haber en masomenos diez, once años. Ahora, si me matás o
comés, el panorama es el que te dije. Queda en vos. Tus pibes no pueden decidir
nada, no vas a ser tan poco adulto de preguntarles a ellos o a tu señora que es
lo que tenés que hacer. Poné los huevos sobre la mesa viejo. Dejense de hinchar
pendejos que están hablando los grandes. ¿Y flaco?
Escuchamos atentos. Cuando terminó mi viejo sacó de la caja
de pesca un tornillo largo con una serie de tuercas enroscadas en el mismo que
formaban una segunda cabeza mucho más consistente y fuerte que la otra. Pidió a
Marisa que se de vuelta y golpeó con mucha fuerza sobre lo que sería la nuca
del pescado. Golpeó varias veces. Un manchón rojo apareció por entra las
escamas del animal cuando mi hermana rompió en llanto. Mi vieja al escucharla
se acercó. Vio la enorme pescadilla muriendo. Tomó de la mano a su hija y se la
llevó. El pescado temblaba ya sin vida debido a los reflejos de su cuerpo. Después
el viejo agarró la cuchilla. Nos pidió que giremos el bicho. Obedecimos.
Introdujo la punta en la panza. Hizo presión. Abrió una herida por la que
chorreó sangre. Empujó con el cuchillo hacia abajo extendiendo el tajo hacia el
abdomen. Introdujo su mano. Tiró sacando un manojo de tripas que el agua de la
orilla hizo naufragar. Se lavó y mojó también el cuchillo. Tomó el pescado con
las dos manos. Dejó que le entre el epílogo
de una ola que moría. Volvió a tomar el acero. Lo introdujo en la herida
y raspó retirando los restos de lo que fueron órganos vitales. Golpeó con
fuerza en las agallas con el gancho de colgar presas hasta que el alambre, un
tanto oxidado, rompió los cartílagos que impedían su paso. También arrojó unos
restos que quedaban en su trapo al agua bamboleante de la orilla. Juntemos las
cañas, ya es tarde; me ordenó. En realidad, salvo recoger los reeles, hizo
todo. Lo ayudamos con Enrique a llevar las demás cosas. Llevó en su derecha el
alambre con el cuerpo colgando y enorme de la pescadilla.
Matearon antes de irnos. Nosotros jugábamos a unos metros,
los tres, y hablábamos de la pescadilla. Marisa tenía lágrimas secas en la
mejilla de llorar pero logró entender. El monstruo yacía al lado de la
conservadora sobre una bolsa negra que impedía el contacto con la arena.
Cruzado de brazos con el mate en la izquierda mi viejo la miraba. Al aire y en
voz baja movió los labios. No te metas con los nenes, dijo. Los ojos sin vida
del bicho oteaban la nada. Una mosca pequeña, infima, le amagó un aterrizaje.
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