1-¿Cómo sumergirse en la tradición del rock sin quedar desfasado? Dos bandas platenses parecen querer responder la cuestión.
2- Casimiro Roble suena técnicamente bien, prolijo, afinado, ordenado. El grupo claramente intenta pararse entre el Pez de discos como “Folclore” u “Hoy”; Aquelarre y “El Jardín de los Presentes de Invisible”. La voz transita los arreglos vocales y el color de las banda de folclore-fusión platense Acaseca y a su vez, del uruguayo Jorge Drexler. Sin embargo la banda pierde muchas veces la frescura, tornando a su música una muestra de los gustos del grupo, de lo que escucha, copiado y reproducido incluso en sus letras que mantienen la misma actitud de la huella progresivo-intelectual del jazz rock, con el riesgo de caer en una forma de hermetismo poético per se. En su disco “Volumen II” hay imágenes, vuelos, baterías con escobillas, climas, acordes y sonidos jazzeados pero no hay un freno ni distancia con lo heredado, no hay ironía.
3-En otra banda, Los Curandeiros, más orientados hacia el hard rock que a lo progresivo, se ve un matiz diferente en esta misma apuesta por sumergirse en la tradición. Irradian un sonido sucio, bien tocado pero mugriento. Se hacen fuertes en el ruido. La banda tiene, además, dos elementos que constatan una distancia positiva; uno material y orgánico -la presencia femenina en el bajo eléctrico- y otro simbólico -la elección del nombre, que pareciera indicar tras de sí más una agrupación con maracas, tumbadoras, camisas de colores tropicales y canciones en portugués, que un grupo apasionado por los riffs-; ambos elementos que desgajan la matriz de la tradición. Plasman, en un EP corto de tres canciones también cortas, un amasijo de arreglos rockeros que rebotan en los golpes de batería y se ensanchan con los colores del piano eléctrico. La banda aparenta tocar obligada a permanecer en el riff, y su cantante, ya resignado, parece preguntarse por la novedad que lo saque de ese lugar.
4-Pero lo nuevo está y para encontrarlo no es necesario ir muy lejos. Se puede transitar la tradición y ser actuales. Mantener una relación de distancia con el pasado que aunque parezca extraño, muchas veces no va por el lado de una mejora en la calidad del audio. Yes tocando hoy con canas la misma música que hace cuarenta años, con sonido digital HD, suena viejo. Para ser actual en la tradición se necesitan distancias, tensiones, con lo heredado. Registro músical, sonoro y también las letras aportan a esa tensión. La búsqueda de una supuesta exquisitez, el vuelo poético como única herramienta por sí solo no alcanza. Se transforma en un procedimiento que desarrolló sus propios lugares comunes; visión melancólica, profusión de imágenes otoñales, voces que buscan resaltar esos puntos con entonaciones de agudos dulces y líneas melódicas que pierden su estructura en el afán de ser “cultas” y complicadas. Virtuosismo musical y poético se convierten en posturas y se transforman en la repetición de lo ya hecho. Repetir mostrando el gesto, en cambio, es una actitud interesante y eso se logra de diferentes maneras. Los Curandeiros parecen cristalizarlo en las letras, donde domina el fastidio, un cansancio que se refuerza en el tono de voz desganada, como de alguien que recién se levanta y no tiene otra opción más que encarar el día. Su música se percibe como el incordio del que busca algo que no sabe encontrar y repite por inercia lo que está en el menú solo por no morir. Y es este, reiteramos, el gesto que hace a la banda interesante para ser escuchada; resignación malhumorada ante la imposibilidad de salir del riff clásico y cierta espera cristiana por lo actual. ¿Dónde está lo nuevo que no llega? parece ser la pregunta que resume el EP “El Sol De La Mañana” y que se condensa en frases como “yo quise esperar una bendición/ abrí bien los ojos y el río durmió”, “¿y ahora qué? ¿y ahora qué?” , “esto es horrible, todo sonríe y muere”. Lejos de ser una revelación ni un hito estas tres canciones desganadas y compactas, no empalagan e invitan a la escucha y a refugiarnos en la tradicional distorsión de sus riffs, un lugar del rock siempre acogedor y bienvenido.
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