jueves, 11 de agosto de 2011

Interpretación y guerra (inventando el paragüas).

                  Inmunerables quizá son los filósofos, críticos literarios y personas del día a dia que afirman que no hay una sola “verdad” en la interpretación de un texto, obra de arte, etc. sino que son múltiples; cada época elabora una visión, cada subjetividad da una interpretación del texto y por decirlo así, lo transforma. Ahora bien, la pregunta que surge inevitablemente es cuál es la motivación para esas múltiples verdades, si es un placer estético por lo diverso o si todas las posiciones pujan y luchan por establecerse como “la” verdadera interpretación del texto. Este es un tema que trasciende lo artístico y  tiene remembranzas filosóficas antiguas (sofistica) y del siglo XIX (Nietzche). Si cada múltiple interpretación tiende a instalarse, puja y lucha para lograr ser “la verdad” tienen que ocurrir primero algunas condiciones: la conciencia por parte de la interpretación o del sujeto interpretador acerca de que, como él, hay otros que están luchando, o sea, la conciencia del campo de combate; eso por un lado, y por otro, en nivel anterior, la conciencia de que entonces nunca lograrán ser la verdadera interpretación, aquella que trasciende tiempos y espacios, aquella acerca de la cuál nadie puede dudar, sino que está instalada como a la manera de un cuerpo revolucionario que toma el poder y tiene que, de ahí en más, defenderse con la violencia, de que las demás interpretaciones no usurpen su lugar, no la destronen, no la derroquen. En suma, los presupuestos son la conciencia de lo temporal histórico y la ausencia de sustancia pero,  por otro lado, un actuar que implique una creencia “como si” se podría, paradójicamente, llegar a instalar una interpretación en el ámbito de la sustancia, de lo necesario, lo atemporal, lo objetivo, lo indubitable por sí mismo. 
                De este  aspecto político de la interpretación se desprenden otras cosas, a saber: la cortesía, el saludo ¿es necesario?, digo, afirmar que “para nosotros, el Quijote habla de esto” significa instalar una interpretación, establecerla. Si el reconocimiento de la multiplicidad de interpretaciones sería solo un juego esteta o placentero como comer ostras o tomar whisky  mientras se discurre acerca de  diferentes opiniones  y preferencias sobre jugadores de futbol, el “para nosotros” o “para mí” tiene un significado: acota el campo, dice sin decir, viendo obviamente el contexto (entre amigos, botella de whisky o cazuela de quesos sobre la mesa), que se reconoce la multiplicidad de interpretaciones, se reconoce que no hay verdad o que si la hay la sabe Dios y se está reconociendo que esto es un juego para matar el tiempo. No puede ir más allá de eso una postura que reconozca la multiplicidad y que no tenga afanes políticos.  Si, en cambio, afirmar la frase “para nosotros, el Quijote habla de esto”  en el sentido político anteriormente explicado, el “para nosotros”, el saludo, no agrega nada sino que oculta una toma de posición fuerte: “el quijote habla de ESTO”. ¿Por qué ese ocultamiento? porque hay un marco de racionalidad y cortesía, el próximo paso sería, sin la mediación del “saludo”, la toma de las armas, destruir al otro, al que me intenta imponer  su postura y vencer en el ámbito de las “interpretaciones políticas” (por denominarlas de alguna forma).
               Esto que parece una pseudo reflexión solo para iniciados, osea, que aparenta o esconde pretenciones políticas , que invoca la cazuela de quesos y el brindis con JB; intenta instalarse, de alguna forma, y hablar acerca de la democracia actual, que funciona con el presupuesto y la conciencia de la multiplicidad de interpretaciones políticas (pongamos voluntades a ser representadas), con la conciencia de lo imposible de la meta a lograr (la sustancialización de la interpretación que se intenta imponer) pero también con la convicción de buscar esa sustancialización “como si” se pudiera lograr. ¿Cómo escapar a esta situación angustiosa de perseguir un objetivo que no se va a lograr? una clave puede estar en un cambio de actitud acerca de ciertos conceptos que están implícitos dentro del debate: el tiempo y consenso, ataque, defensa. ¿De que estamos hablando? simple: quien se sumerge en un combate político democrático debe tener la actitud de priorizar al tiempo ante otros factores, la muerte real del enemigo por caso. El objetivo de eliminar al enemigo siempre está, en una mundo pre racional, pre democrático donde se instalan combates, donde no hay saludo, no se oculta la intención sino que se dice “p”, el paso siguiente a la afirmación de “p” es el puñal en el pecho del rival, el que afirma “no p”, totalmente de frente.  En una disputa en ámbitos democráticos, la violencia súbita es reemplazada por el tiempo, el debate se prolonga, va convenciendo y generando consensos hasta que se logra la mayoría transitoria que eleva a esa interpretación al trono de esta especie de verdad con minúsculas. No se mata a nadie; se lo vence y se lo deja con vida. Esto nos lleva a los otros conceptos, el ataque, que ya vimos, es un ataque temporal, “de costado” para oponerlo al frontal ataque pre democrático. Quizás sea más importante la confianza en la defensa de la interpretación para su perduración como “verdad”; esta defensa implica un sinfín de estrategias, tácticas, etc. que apuntan a una continuación del consenso conseguido en la etapa de ataque, aunque, también se sabe, en última instancia será superado. En suma, quien no pueda disfrutar y ser feliz con esta conciencia de lo efímero, con esta verdad minusculizada, estos embates de costado y esta ausencia de muerte física; no está preparado ni apto para meterse en un debate político racional. Y quien no esté dispuesto, debe callar.

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