A comienzos de la semana fue que empezó a hablarme.
Yo iba camino al vestuario cuando sentí un cosquilleo y después el saludo
Eu, Dani!
Pensé que me llamaba un compañero, miré alrededor y
cerca no había nadie. Comprobé que la voz venía de mi rodilla derecha.
Eu, che, si acá! sí, soy yo, tu rodilla.
Con sorpresa, entablé un diálogo.
Ah, hola. ¿Qué haces hablándome?
Siempre lo intenté pero vos no me escuchás, igual
que a tu novia, ja.
Sentí que me invadían.
Ehhh, ¿qué querés? decilo rápido que me tengo que
ir.
Nada, conversar un rato, no seas malo, conocernos.
A partir de ahí no paramos de hablar. Tenía talento
para contar chistes y aparte se sabía todos los chusmeríos del equipo. La pasé
bien esos días.
El viernes todo cambió.
Tengo algo para decirte
A ver
Soy hincha de Chicago.
¿Eh?
Si, soy hincha del torito de Mataderos.
No te puedo creer, ¡hice ocho años de inferiores en
Vélez, soy hincha de Vélez, y viene una parte de mi cuerpo a decirme que ella
es de Chicago!
Y bueno, ya soy mayor, ahora me animo a decírtelo. Y
no quieras saber de qué club es el estómago, con el que hablo seguido. Igual, es
lo de menos, lo que quería decirte es que este domingo no la voy a dejar pasar.
Digo, siempre me la banqué y te di una mano aún sufriendo por dentro, pero
ahora estamos jodidos con el descenso.
¿Qué me estás diciendo?
Que este domingo en el clásico no cuentes conmigo.
Te mato. Así. De una.
Dejamos de hablarnos hasta el partido. No creía que
mi rodilla podía traicionarme, así que entré confiado. Salí de titular. En el
arranque quise parar la pelota con la pierna derecha y la rodilla hizo una
pirueta, la pelota se me fue por abajo, la perdí. La miré de reojo. Esta no me
puede arruinar el partido, pensé. Me tiraron una pelota al vacío, ya la estaba
por controlar, caí dando tres o cuatro vueltas en el pasto. Me raspé todo. Un
compañero me ayudó a levantarme. Habían cobrado tiro libre, por error, claro,
no podían ver que era la turra de mi rodilla la que en realidad me hacía la
vida imposible.
¿Lo pateas? – preguntó el árbitro-
No, gracias.
Me iba con los defensores. El técnico gritó.
¡Daniel! ¡Patéalo vos! ¿Qué estás haciendo? ¡Anda
delante de la pelota!
No me quedó otra. Me paré como para pegarle al arco,
directo. Les veía la camiseta a la barrera bien de frente. Que bronca les
tengo. Empezó otra vez.
¡Qué colores!
¡Callate o te cago a trompadas!
Pero mirá que combinación, verde y negro, ¡que
belleza! mirá, en la barrera está Carranza ¡Cesar! ¡Regalame la casaca!
Lo único que
te digo es que termina el partido y me corto la pierna si no hacés silencio
Flaco ¿estás bien?- me dijo Carranza, desde la
barrera-
Si, si, nada, hablo solo nomás.
Tomé carrera. El árbitro dio la orden. Pateé. Ni se a donde
fue a parar la pelota. Creo que al lateral. Yo, obviamente, rodé en el suelo.
La gente murmuraba. Quedé ahí tirado. Simulé una lesión, no podía comprometer
al equipo. Me agarré la rodilla izquierda,
no sea cosa de que la otra empiece a los gritos. Le hice la seña al técnico
de que no podía seguir. Desde el piso volvió a hablarme.
Ah! te acobardás!
No tenés vergüenza, no me podés hacer esto.
¡A llorar a la iglesia!
Me hizo enojar en serio.
¡¡Cerraelojete!! –le dije a mi rodilla-
El tuyo -me contestó ella, no sin razón.
Me senté en el banco de suplentes. Puteaba. Los
demás relevos se habían ido a entrar en calor. Le pedí al médico que me ponga
hielo en la rodilla. Ni bien se alejó un poco cambié la compresión a la
derecha.
¡Ayyyy! ¡Está frio che!
¡Sufrí cornuda!
¡Para! ¡No es para tanto! ¡Es un partido de futbol
nomás! ¡paraaa!
Ah, ¿viste? aprendé a callarte y aflojo.
¡Me callo! ¡Me callo! ¡Te lo juro!
No te creo ni medio nena, juralo por Chicago.
Daniel, ¿con quién hablas? –preguntó el técnico-
Con nadie Alberto, con nadie.
¿Seguro? me pareció que decías algo. ¡Parala Jorge¡
¡parala y después jugás! ¡Rápido!
Dudé ¿y si le cuento? capaz que el también la
escucha y me puede ayudar, el viejo este tiene experiencia, tiene calle.
Mire Alberto, la que me habla es esta –la señalé-
Hablale a Alberto che, dale.
La rodilla estaba inmutada. Alberto me miraba con
los ojos abiertos al límite.
Ah, vos estás mal en serio Dani.
Pasaron unos segundos. Listo. Estoy en el horno,
pensé.
No señor, tiene razón. Yo le hablo.
El técnico le dio definitivamente la espada a la
cancha. Se acercó hasta donde yo estaba.
No lo puedo creer. ¿Vos no estarás agarrándome para
la joda en medio del partido Daniel?
No, señor, soy yo, la rodilla de este gil. A
propósito, como te asustaste cuando me quedé callada danielito – se rió, yo
estaba en silencio, con la pierna extendida-
Esto es un hallazgo Daniel o nos estamos volviendo
locos, decime que me estas jodiendo- dijo Alberto, alarmado.
Andá y mirá el partido antes de mirarme a mi –le
dijo ella- te están entrando por el lateral derecho, y si, también con el burro
que pusiste. ¡Vamos torito viejo nomás!
Alberto estaba paralizado. Después de unos segundos
reaccionó. Pestañeó volviendo en sí.
Ah, encima maleducada. Me viene a dar indicaciones y
para colmo hincha de Chicago –la señalaba, inclinado, moviendo el dedo de
arriba abajo; de vez en cuando miraba el partido por atrás del hombro, Chicago
dominaba.
Ahora no te puedo atender, después vamos a hablar
vos y yo.
¿Me estás amenazando? ¿Por qué no reconoces que el
cuatro es un desastre y listo? ¡Ya hace
rato que tendrías que haber renunciado! ¡Ahí va, dale, dale! ¡Gol! ¡Golazo!
¡Vamos Chicago todavía!
Daniel, ahogala, hacé algo, cortate la pierna, no sé,
algo, ¡rápido! –me ordenó Alberto mientras los de Mataderos festejaban su
primer gol.
La volví a presionar con el hielo y me apliqué el
vendaje. Se escucharon unos quejidos durante unos segundos. Después quedó en
silencio. No sé si la asfixié o qué pero no habló más.
Pasó el partido. Por suerte lo
dimos vuelta. Ganamos. En el túnel
Alberto me separó.
¿Y? ¿Se quedó callada?
Le conté el episodio de la asfixia. Me agarró de un
hombro y acercó su cara.
Mirá Daniel, que esto quede entre vos y yo. Hagamos
de cuenta que no pasó nada. Olvidate. Ya está. Eh ¿Cuento con vos?
Si, profe, quédese tranquilo.
Y se fue. Hizo un trotecito para agruparse con los
demás. Yo me rezagué un poco.
La rodilla, en el resto de los días, confirmó el
silencio o al menos yo no la escucho. Mejor
ni preguntarle. Empecé a preocuparme. Mirá si la maté realmente. Bueno, en ese
caso tendría que, al menos, hacerle un velorio digno. Mejor no, a ver si la
despierto y empieza de nuevo. Pero no
puedo dejarla así, no me cuesta nada unas horas de ritual como para cumplirle
por todos los años que me acompañó calladita.
El miércoles a la noche, o sea ayer, preparé todo.
Hice, con cartón, un ataúd en miniatura que forré con papel afiche marrón.
Quedó lindo. Me senté el sillón del living, justo la pared de atrás tiene un
crucifijo colgado que me viene diez puntos. Trabé el cajoncito en la rodilla. Eran
las tres de la tarde, seis horas tiene que estar bien, tampoco es un ser
humano, así que hasta las nueve me iba a quedar ahí haciéndole el velorio. Me
acordé del técnico. Tendría que llamarlo. Agarré el celular.
Profe?
Quién habla, ¿Daniel?
Si, si
¿Qué hacés? ¿Qué pasó? decime.
Nada profe, quería invitarlo al velorio
Nada profe, quería invitarlo al velorio
¿Eh? ¿Qué pasó dani? ¿Algo con la familia?
No se preocupe, no es nadie de mi familia, están todos bien. Es por la rodilla.
No se preocupe, no es nadie de mi familia, están todos bien. Es por la rodilla.
¿Qué decís? ¿La rodilla?
Y, que quiere que le diga, no me
parece correcto que la deje así tirada, desde el domingo que no habla y si la
maté, tengo el deber de hacerle este pequeño homenaje, no puedo ser tan
ingrato. No sé qué opinión le merece, pero pensé que, como vivenció algunos momentos
con ella, capaz que le interesaba darse una vuelta, sin compromiso, obvio.
Pero vos estas para el manicomio
Daniel, no, en serio, vos estás mal, ya te lo dije. Mirá que me voy a ir hasta
tu casa para velar a la boluda de tu rodilla que de un día para el otro se le
ocurrió hablar y además tirarnos en contra. Ni en pedo, Daniel, ni en pedo. Y
dejate de joder con eso. Sacatelo de la cabeza. Haceme caso. Chau.
Alberto me cortó el teléfono. Tenía sus razones. Lo
entiendo. Así que me quedé solo con mi rodilla, el crucifijo y el ataúd. Esperé
un par de horas sin hacer nada, la pierna estirada en el sillón con el ataúd
encastrado. Siete y media sonó el timbre. Acomodé el cajoncito en la mesita del
living. Me acerqué al portero.
¿Quién es?
Alberto, Dani, Alberto
Le abrí. Subimos.
Después de que me hablaste no pude dejar de pensar.
Tenés razón. Hasta qué hora es la ceremonia.
Hasta las nueve.
Nos quedamos los dos en silencio un rato. Después
conversamos. Del tiempo. De la familia. Un poco de futbol. Del país. Alberto
hizo café. Se quedó hasta las nueve y media. Le dio un beso a la rodilla y se
fue. Lo vi compungido. Yo me levanté. Enterré el ataúd en la maceta del balcón.
Fui al baño, me pasé espadol en la rodilla. Agarré el teléfono y pedí una pizza
chica. No tenía mucha hambre. Los velorios me cierran el estómago. A las doce
ya estaba en la cama. Antes de dormirme pensé en la finada. Debo reconocer que
tenía esperanzas de que estuviese catatónica. Se ve que no. Apagué la luz del
velador.
Hoy entrenamos. Me estoy bañando.
Recién sentí una puntadita a la altura del ombligo.
¡Euu! ¡Che! ¡maestro!
El domingo que viene definimos el campeonato con
Independiente.
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