1-Una banda de rock me invitó a presenciar el sábado pasado la
grabación de lo que será su primer demo. Consiguieron una casa vieja en una
zona de la ciudad donde son mayoría este tipo de construcciones de techos altos,
muchas habitaciones y con patios enormes
divididos, por lo general, en una galería techada y otra sección con pasto e
incluso una quintita particular abandonada. La sala de grabación se ubica en
una de los cuartos de la casa masomenos acondicionado para efectuar el registro
sonoro. Frazadas colocadas en estructuras
semejando fantasmas vintages son las encargadas de absorber y amortiguar
el sonido. Un escritorio con una computadora y la consola reglamentaria
enfrenta la zona que ocupan los músicos. Da la impresión de que tanto como
grabar una banda de rock es posible realizar en el lugar una sesión de
espiritismo y materializar alguna criatura supraterrenal mientras se la observa
corporizar desde las consolas. La escena no difiere mucho de lo que es una
grabación. Auriculares y atención puesta al centro de la sala, maquinaria
conectada, concentración y el temor a lo desconocido, a la interrupción de lo
ordinario: una pifia que corta el flujo, una canción que se graba, un espíritu
que se presenta; da igual. Incluso el producto final, la canción o el disco,
pueden relacionarse fácilmente con la materialización de algo que antes era
invisible. No lejos de ahí, a veinte metros de distancia aproximadamente, se
llevaba a cabo un velorio. Ironizamos en varios momentos sobre la posibilidad
de resurrección del muerto debido al sonido de la banda y nos reímos con
recurrentes imitaciones zombie realizadas por uno de los guitarristas. En algún
descanso, hablamos de Todos Tus Muertos debido a dos factores: que el sonido
devuelto por la consola tras realizar las tomas traía restos de punk under
noventista –sobre todo por el color mordido y violento de las guitarras- y,
segundo, la cercanía del velorio a sabiendas que los TTM utilizaban coronas
fúnebres en sus recitales. La sesión terminó alrededor de las dos de la mañana.
Cansados y con el compromiso de retornar en siete días, los músicos se fueron
yendo. Antes descorcharon un vino y brindaron confiando en el éxito de la
primera jornada. Hay una fe que es
necesaria en estas circunstancias y que el músico deja ver. Cierta comunión desde
el momento en que se carga el primer equipo hasta que se retira el último pie
de la sala horas después, connotada en el buen humor de todos. La risa debe
contagiar una jornada de estas características intensas, con la modalidad del
registro en directo, todos juntos, como si fuera en vivo; de otra forma, la
tensión amenazante secuestra la escena y es muy difícil retornar al eje.
También se ve esa fe en lo dejado para la siguiente sesión, lo que resta. “Bueno, hacemos hasta acá y
continuamos el sábado que viene”. No se detiene mucho la reflexión en los
pifies o erratas, no es el momento. Para tal fin está el devenir de la semana y
la primera escucha “frescos”. La sucesión dinámica de los días se encarga de
eso, de pasar por la saranda toda la fe invisible y todo lo no dicho en la
grabación para poder ir con otro marco de realidad a la siguiente sesión y
renovar la ilusión. En resumen, hay misticismo, necesario, en estas situaciones
de tensión tan observable como en la previa intima de un equipo de futbol. Hay
cosas en ese momento de las que no se habla.
2-Hoy domingo por la mañana busqué en YouTube un disco de
Cienfuegos para escuchar, quería comparar sonidos de guitarras, seguir
indagando en las texturas eléctricas incentivado por lo vivido la noche
anterior. Abajo a la derecha, en las recomendaciones,
la aplicación proponía un disco de Todos Tus Muertos. La belleza y sensualidad
de internet consiste en saber interpretar en algoritmos y lenguaje decimal los
gustos y –sobre todo- el presente de los diferentes cuerpos humanos. Escuché
los discos, el de Cienfuegos y el de TTM. El segundo comenzó con una canción
tremenda, que corona la totalidad de la experiencia: "Toda la recamara olía a muerte pero el aire particular del
féretro me hacía daño. No me podía mover contemplaba fijamente el cadáver
rígido extendido, en el féretro." La letra y la música siniestra me
hablaban a mí –solo a mí en ese preciso
momento- del evento vivido la noche anterior, pero además se extiende y nos
permite entender mucho más. ¿No es el rock ese muerto sobre el que no podemos
dejar de posar los ojos, ese filo, el punctum
de la foto mayor, la modernidad,
que nos daña pero hipnotiza y a al cual no cesamos de resucitar? ¿No es la
recamara de TTM la modernidad entera, siempre muriendo, infectada de olor a
coronas, a jazmines, a calas de plástico? Los filósofos alemanes entendieron
que el tiempo nos atraviesa y por la tanto, la presencia de la muerte es
ineludible y constitutiva; no se puede ir contra ella, se la acepta y se vive a
partir de ahí en la paradoja de intentar superarla. La modernidad y el rock son
de los hombres y por lo tanto están infestadas de muerte hasta el excremento. ¿Qué
hacía yo ahí presenciando esa grabación, cerca de ese velorio, hablando de punk
viejo, haciendo rock? Es claro: ellos realizaban la sesión de espiritismo, intentaban,
hipnotizados, revivir al muerto, materializándolo y sobre todo, repitiendo -y en el mismo repetir haciendo
un acto preciso en esa casa
antigua que ya es eterna, con techos altos, fría, siniestra-. El evento es
pasible de ser repetido y por eso se torna irrepetible. Yo fui un simple
testigo. Alégrese, la comparación no necesita mucho esfuerzo. La casa semeja la
modernidad que amaga siempre con morirse y los músicos, como los dioses que
crean vida, hoy descansan para volver a colar materia en siete días.