Nota original en: http://revistapaco.com.ar/2013/11/21/trapos/
Por Sugar Bonetto y el Bomba Massarotto
Los shows de Justin Bieber en Argentina trajeron numerosos escándalos. El primero fue el malogrado recital en River donde el cantante canadiense solo cantó cinco temas alegando problemas gastrointestinales. El segundo tuvo aún más repercusión que la descompostura y los supuestos excesos de la joven estrella. La aparición en youtube de un video dejó peor parado al cantante. En las imágenes captadas en el recital en Cordoba Bieber usó como trapo de piso una bandera argentina que le arrojaron los fanáticos. Todos los noticieros nacionales pusieron el grito en el cielo y la indignación brotó y se multiplicó en las redes sociales. Este segundo caso –que no es el primero ni va a ser el último- permite abrir una pregunta interesante ¿Qué hay atrás de la bandera que hace que el mismo público que pagó la entrada se indigne al extremo minutos después?
El público mediatiza su relación con el ídolo a través de banderas y “trapos”. El gesto no es vacío, todo lo contrario, posee un cariz de tono místico que se puede esquematizar rápido. Cuando el trapo cae en el escenario deja una espera del público y una responsabilidad para el artista. Desde la posición del que está arriba del escenario y con poco recorrido en la espalda, el envío de una bandera es igual al envío de una bombacha o una zapatilla. Nada más erróneo. La carga que ese trapo lleva tiene la fuerza de poder destruir los lazos ficcionales que el pop instaura y que la audición compró con su entrada. Ahí Justin podría recibir consejos, en una reunión posterior, con los popes del rock, pop y metal que sí supieron interpretar prolijamente esa mediación más por haber aprendido a los palos que por poseer una experiencia o intuición previa al evento. ¿Qué le dirían? que con eso, ahí, al menos en ese territorio, no se jode. Algo de tal color hay en el pedido de disculpas de Bieber, en la necesidad –y como tal entendemos inevitabilidad, que no puede ser de otra manera- final de cortar la distancia protectora y originaria de la industria pop. La genealogía del aprender y desarrollarse de esa mediación es la que sigue.
La historia del poner en juego banderas en los recitales en Argentina tiene un comienzo que parece guionado, en el despunte de la década del 80. Como el big bang, o la Idea hegeliana en su grado 0, carga con la totalidad de lo que después se va a desplegar. Un año antes de la guerra de Malvinas, Maradona aprovechó la venida de Queen a la Argentina y posó con los ingleses con una remera con la bandera de Inglaterra. Hay que detenerse a reflexionar sobre la potencia de tal imagen. Ahí, en esa foto, ya está todo in nuce. Al ojo de Dios le bastaría verla para explicar la historia posterior, no a nosotros, finitos y parciales.
En aquel momento la postal tuvo mucho color y no la carga negativa que el conflicto armado haría estallar en adelante. Desde el hoy la imagen se nos hace imposible de asimilar. Maradona con una remera de la bandera del Reino Británico. Se nos ocurren pocas cosas de similar valor oximorónico.
Rod Stewart apareció en 1989 con una camiseta de la selección Argentina. No sabemos con certeza de donde vino la prudente e inteligente idea que le permitió redondear un buen y pacífico recital post Malvinas y México 86 -que fue editado y se puede ver en YouTube-. Claro está que Stewart no es inglés sino de Escocia y tuvo algunas experiencias con camisetas y fanatismos de futbol en su país de donde pudo haber cosechado experiencia. Creemos por acá en una posible advertencia de parte de algún manager baqueano: “por las dudas ponete la de Maradona que estos no distinguen entre Gran Bretaña, Escocia o Estados Unidos”. Lo que haya hecho con la camiseta afuera del escenario, sin el alcance de las cámaras, pertenece a otro registro a salvaguarda de la dinámica del pop.
Entonces la receta era y es sencilla: si vuela un trapo, solo hay que tratarlo con respeto, vestirlo o flamearlo (si es de Maradona o de Messi mucho mejor). Así lo hicieron además de Stewart, Bon Jovi, ACDC y Mick Jagger. Sabio, el cantante de los Stones dio clases de marketing de shows en el campamento de Rock de Los Simpsons aleccionando a los asistentes en materia de giras alrededor del mundo. Las palabras del rockstar fueron claras: “a donde vayan siempre tiene que decir que son el mejor publico del mundo”.
El caso de Axl Rose merece destacarse. Cuando Guns n’ Roses llegaron a la Argentina eran poco menos que deidades y no precisamente celestiales sino del más bajo inframundo. El arribo sucedió en un halito de misterio, para la opinión pública lo que llegaba al país era la misma Bestia. El periodismo local se encargó de difundir rumores acerca de una supuesta actitud racista de la banda y una doble referencia a la bandera: por un lado la amenaza de limpiarse la “mierda de las botas” con el símbolo y la quema de la misma en un recital de París. Alertados, los miembros de la banda brindaron una conferencia de prensa aclarando cada uno de los puntos. De esa conferencia guardada también en Youtbe se recuerdan en especial dos cosas: Slash asumiendo que él –siendo morocho- no estaba en condiciones de ser racista y la aparición repentina de Axl Rose con la camiseta de la Selección entonces dirigida por el Coco Basile. “Me siento Gorbachov” dicen en Taringa que contestó el cantante ante la inexperiencia en conferencias de prensa y cerró negando todos los rumores “no hay nada cierto sobre banderas quemadas ni mierdas en las botas”. Finalmente los Gun s’ dieron un recital de lo mejor que se halla visto por acá pero la leyenda de la quema del símbolo patrio nunca terminó de apagarse. “Partieron los malditos yanquis pero nos dejaron su marca” fue la tapa de Crónica del 8 de diciembre de 1992 al otro día que la banda deje el país; adornaba la nota algunas fotos con residuos en las afueras de la cancha de River Plate y alentados además por el suicidio de una joven a la cual el padre no dejó asistir al concierto.
Sin embargo, son varios además de Justin los que aprendieron por las malas. Dos casos vienen rápido. Metallica y Iron Maiden. Los primeros casi sufren un traspié en Mexico en el año 1993. El por entonces monstruo del hard rock y el metal presentaba “Black Album”. En un momento del show una bandera mejicana cae en el escenario. James Hetfield hace un bollo y la tira hacia atrás. Se puede escuchar como el público mejicano entona un creciente canto nacionalista. Finalmente es -otra vez- la intuición de Lars Ulrich lo que salva a los californianos de la hoguera azteca al indicar a Kirk Hammet que comience, rápido, las estrofas de “Smoke on the Water”; himno internacionalista o posible canción oficial de una utópica nación mundial, que calma y logra que las huestes apaguen las llamas de sus antorchas y descarten sus tridentes, hachas y rastrillos. Golpe bajo del rock, es cierto, como tocar “Mi Viejo” de Piero en el día del padre, pero que evitó una posible pira pública.
El otro caso es interesante porque trabaja la relación entre estrella/público mediada por una bandera pero esta vez con los artistas como oferentes del símbolo al público desde el escenario. Iron Maiden visitó a la Argentina y trajo con su show, con su “artificio”, las características banderas británicas que despliega en el escenario Eddie, la mascota del grupo. La inteligencia de la industria pide que el público aprenda y entienda que lo que está consumiendo es una construcción, un producto, una fantasía. Lo que no se ve es que hay cosas, al menos desde Mexico hasta acá abajo, que no se doblan. Al minuto del video se puede escuchar un multitudinario “el que no salta es un inglés” que da ganas de votar a Aldo Rico.
Todavía más, la prudencia no se limita a las banderas nacionales. Las camisetas de clubes de futbol local también compiten con el patriotismo. No estuvo enterado Chad Smith, baterista de Red Hot Chilli Peppers, quién en Belo Horizonte se pasó una camiseta del Flamengo por el culo cuando daba una inocente clínica de batería y generó con su acto el serio fastidio de los fanáticos flamenguistas que se volcaron en masa a amenazar de muerte al baterista por Twitter. Al final tuvo que pedir disculpas oficiales. Una charla con Rod Stewart hubiese bastado para entender como son las cosas.
I want to apologize for my inappropriate antics at the drum clinic,my joke about team rivalries went too far.Flamenco fans…I’m sorry.
— Chad Smith (@RHCPchad) November 8, 2013
También los trapos con insignias locales, nombres de barrios y ciudades que comparten tela con el nombre de la banda, pueden ser un viaje de ida. Pareciera que la fuerza de esta mediación es tal que una vez que es atravesada es imposible volver sin trabajo al punto de partida. Lo supieron Los Piojos que apelaron a las banderas para acrecentar su popularidad pero quedaron atrapados en finales de shows cada vez más largos donde Ciro se encargaba de nombrar uno a uno los trapos colgados en el estadio. Imaginamos la separación de la banda hartos ya de tener que quedarse después de hora para realizar ese rito, frustrados y sin poder encontrar una solución alternativa. No descartamos tampoco la contrafáctica continuidad de la banda con recitales de dos horas y nombramientos de banderas de cuatro o cinco horas de duración.
Pero si hay un punto donde cierran todas estas historias y a donde es interesante volver, es al pedido de disculpas, a la mansedumbre obligada, al “poner la carita” y eliminar todas las mediaciones y distancias que la música pop necesita con el público para imponer su bussines. Tanto Justin y Smith apareciendo en Twitter para dar explicaciones como el arrugue de barrera de Iron Maiden que para su próxima gira puso la bandera Argentina en el logo -teniendo que romper y modificar a Eddie, SU personaje, artificio y producto- dan cuenta de este cierre. Quienes marcan la cancha en este punto, invirtiendo o poniendo límites al protocolo pop, es el público argentino – o latinoamericano de países importantes- mediante el intocable trapo. Podemos vitorear y aplaudir la actitud de Bieber porque rompe la supuesta y publicitada unión “mística” de la masa con el artista, pero no deja de ser esa una apreciación solo sobre una de las partes del hecho que se completa finalmente con el amilanamiento del popstar. Y es una regla invariable: todos los artistas terminan cediendo, abriendo o modificando el artificio a pedido del que pagó la entrada; lo cual desde cierto punto de vista no está mal, porque esto no deja de ser una industria, y en ese lenguaje, el cliente siempre tiene la razón
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