viernes, 24 de enero de 2014

Modernidad y rock.

1-Una banda de rock me invitó a presenciar el sábado pasado la grabación de lo que será su primer demo. Consiguieron una casa vieja en una zona de la ciudad donde son mayoría este tipo de construcciones de techos altos, muchas habitaciones y con  patios enormes divididos, por lo general, en una galería techada y otra sección con pasto e incluso una quintita particular abandonada. La sala de grabación se ubica en una de los cuartos de la casa masomenos acondicionado para efectuar el registro sonoro. Frazadas colocadas en estructuras  semejando fantasmas vintages son las encargadas de absorber y amortiguar el sonido. Un escritorio con una computadora y la consola reglamentaria enfrenta la zona que ocupan los músicos. Da la impresión de que tanto como grabar una banda de rock es posible realizar en el lugar una sesión de espiritismo y materializar alguna criatura supraterrenal mientras se la observa corporizar desde las consolas. La escena no difiere mucho de lo que es una grabación. Auriculares y atención puesta al centro de la sala, maquinaria conectada, concentración y el temor a lo desconocido, a la interrupción de lo ordinario: una pifia que corta el flujo, una canción que se graba, un espíritu que se presenta; da igual. Incluso el producto final, la canción o el disco, pueden relacionarse fácilmente con la materialización de algo que antes era invisible. No lejos de ahí, a veinte metros de distancia aproximadamente, se llevaba a cabo un velorio. Ironizamos en varios momentos sobre la posibilidad de resurrección del muerto debido al sonido de la banda y nos reímos con recurrentes imitaciones zombie realizadas por uno de los guitarristas. En algún descanso, hablamos de Todos Tus Muertos debido a dos factores: que el sonido devuelto por la consola tras realizar las tomas traía restos de punk under noventista –sobre todo por el color mordido y violento de las guitarras- y, segundo, la cercanía del velorio a sabiendas que los TTM utilizaban coronas fúnebres en sus recitales. La sesión terminó alrededor de las dos de la mañana. Cansados y con el compromiso de retornar en siete días, los músicos se fueron yendo. Antes descorcharon un vino y brindaron confiando en el éxito de la primera jornada. Hay una  fe que es necesaria en estas circunstancias y que el músico deja ver. Cierta comunión desde el momento en que se carga el primer equipo hasta que se retira el último pie de la sala horas después, connotada en el buen humor de todos. La risa debe contagiar una jornada de estas características intensas, con la modalidad del registro en directo, todos juntos, como si fuera en vivo; de otra forma, la tensión amenazante secuestra la escena y es muy difícil retornar al eje. También se ve esa fe en lo dejado para la siguiente sesión, lo que resta. “Bueno, hacemos hasta acá y continuamos el sábado que viene”. No se detiene mucho la reflexión en los pifies o erratas, no es el momento. Para tal fin está el devenir de la semana y la primera escucha “frescos”. La sucesión dinámica de los días se encarga de eso, de pasar por la saranda toda la fe invisible y todo lo no dicho en la grabación para poder ir con otro marco de realidad a la siguiente sesión y renovar la ilusión. En resumen, hay misticismo, necesario, en estas situaciones de tensión tan observable como en la previa intima de un equipo de futbol. Hay cosas en ese momento de las que no se habla.  

2-Hoy domingo por la mañana busqué en YouTube un disco de Cienfuegos para escuchar, quería comparar sonidos de guitarras, seguir indagando en las texturas eléctricas incentivado por lo vivido la noche anterior. Abajo a la  derecha, en las recomendaciones, la aplicación proponía un disco de Todos Tus Muertos. La belleza y sensualidad de internet consiste en saber interpretar en algoritmos y lenguaje decimal los gustos y –sobre todo- el presente de los diferentes cuerpos humanos. Escuché los discos, el de Cienfuegos y el de TTM. El segundo comenzó con una canción tremenda, que corona la totalidad de la experiencia: "Toda la recamara olía a muerte pero el aire particular del féretro me hacía daño. No me podía mover contemplaba fijamente el cadáver rígido extendido, en el féretro." La letra y la música siniestra me hablaban a mí –solo a mí en ese preciso momento- del evento vivido la noche anterior, pero además se extiende y nos permite entender mucho más. ¿No es el rock ese muerto sobre el que no podemos dejar de posar los ojos, ese filo, el punctum de la foto mayor, la modernidad, que nos daña pero hipnotiza y a al cual no cesamos de resucitar? ¿No es la recamara de TTM la modernidad entera, siempre muriendo, infectada de olor a coronas, a jazmines, a calas de plástico? Los filósofos alemanes entendieron que el tiempo nos atraviesa y por la tanto, la presencia de la muerte es ineludible y constitutiva; no se puede ir contra ella, se la acepta y se vive a partir de ahí en la paradoja de intentar superarla. La modernidad y el rock son de los hombres y por lo tanto están infestadas de muerte hasta el excremento. ¿Qué hacía yo ahí presenciando esa grabación, cerca de ese velorio, hablando de punk viejo, haciendo rock? Es claro: ellos realizaban la sesión de espiritismo, intentaban, hipnotizados, revivir al muerto, materializándolo y sobre todo, repitiendo -y en el mismo repetir  haciendo un acto preciso en esa casa antigua que ya es eterna, con techos altos, fría, siniestra-. El evento es pasible de ser repetido y por eso se torna irrepetible. Yo fui un simple testigo. Alégrese, la comparación no necesita mucho esfuerzo. La casa semeja la modernidad que amaga siempre con morirse y los músicos, como los dioses que crean vida, hoy descansan para volver a colar materia en siete días.


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